¡Apesta a mierda!
Esa frase puede venir de mi padre, pero venía de otro policía. Tocaba la puerta de mi casa fuertemente, la cabeza me dolía, mientras todo se hacía nubloso. Sus golpes en la puerta solo
agravaban el dolor y me sacaban del adormecimiento. Empezaron a gritar
el nombre de mi madre, una voz conocida y de mujer:
– Virginia, ¿estás ahí? -
Hace un mes que no escucho ese nombre, la última vez que lo escuché fue en
boca de mi padre, antes de que pasara todo.
Aquel lunes, me desperté temprano para ir al colegio. Me preparaba
el desayuno y mi madre me miraba desde el comedor, se notaba llorosa, pero
estaba acostumbrada a esa escena, siempre la misma escena: es mejor no preguntar. Seguí con el desayuno, le di comida a los
perros y a las gallinas, mi mamá me seguía con la mirada. Empecé a preguntar,
no porque quisiera, me sentí obligada a repetir la escena una vez más, como si fuese mi destino.
-Tu padre volvió con su esposa, nos dejó nuevamente, no sé qué será de
nosotras-
Mi padre tiene dos mujeres: su esposa y mi madre, por suerte, a mí nunca me
tuvo. Cada cierto tiempo quiere “hacer las cosas bien” y se aleja de nosotras,
eventualmente vuelve. Primero vuelve con violencia, golpea a mi madre porque
piensa que estuvo con otros hombres en su ausencia. Luego se arrepiente o
simplemente cree que mi mamá ya aprendió a respetarlo, compra cosas y finge que
somos una familia. Para su mala suerte no soy buena fingiendo, mi madre siempre
me reprochaba eso, que por eso mi padre se siente mal, porque no le sonrío,
porque no finjo que él es mi padre, porque no soy agradecida. Su violencia
también llega hacía a mí, no con golpes, con insultos. Los momentos en las que
hay cierta calma es cuando él decide hacer las cosas bien e irse.
No pude decirle nada a mi madre, creo que con el tiempo he perdido las
emociones hacía ella. Antes solía consolarla, la abrazaba y le decía que
nosotras podemos solas. Eventualmente, él regresaba y la escena se repetía una
y otra vez. Esa vez solo me puse el
uniforme y me fui.
Al regresar del colegio, mi padre estaba ahí, pero no mi madre. Me preguntó
por ella. Le repetía que no sabía, que
recién llegaba. Me dijo que era una puta igual que mi madre, que la mataría y
se fue. Llamé a mi mamá en varias ocasiones, espere su llamada por horas. Estuve viendo el celular y la ventana durante horas para ver si ella
volvía.
Ellos Llegaron en la madrugada, mi papá estaba ebrio y traía de los pelos a
mi mamá, la aventó al sillón de la sala y empezó a golpearla, yo huí a mi cuarto, la escena se repetía, no quería escuchar, ni oír. Pero es inevitable, en unos minutos escucho sus gritos, quisiera poder ayudar a mi madre, pero no sé cómo. Intento salir, intentó poder ayudar a mi madre. Estoty en la puerta de mi cuarto, sosteniendo la perilla, respiro rápido mientra solo escucho a mi padre gritar. Al abrir la puerta estaba él y su manos alrededor del frágil y delgado cuello de mi madre, su pistola estaba en el piso, mi madre estaba morada, casi no respiraba. Corrí directo a la escena.
No
pensé demasiado, no recuerdo lo que dije agarré el arma, corrí hacía mi padre, pude sentir como la pistola chocaba directamente con su cabeza, y presione el gatillo, una, dos, tres, cuatro veces, hasta que dejó de sonar el retumbar de la pistola, hasta que dejó de tirarme para atrás. Él cayó al piso, se iba formando una gran mancha roja en el
piso, la sangre alcanzaba a mis zapatos de colegio. Solo
me quedé viendo la escena, con la pistola aún en mi mano, no pensaba, no actuaba, aún me cuesta creer que
respiraba. Cuando mi madre se reincorporó, me miró horrorizada, como si yo
fuese el monstruo, se alejó de mí y del cuerpo de mi padre con el rostro irreconocible. Pasaron
minutos o segundos y ella empezó a gritar, se acercó para golpéarme,
hace tanto que no lo hacía, movía su boca, pero mentiría si dijera que sé lo qué
dijo, nunca solté la pistola. No sé cuántas balas quedaron en su cuerpo, solo dejé de disparar cuando la pistola quedó vacía, no
quería hacerlo, enserionoloqueríahacer, la cabeza me dolía ella me seguía mirando como si yo fuese el monstruo tal vez lo era, ella nunca pudo quererme, ella no podía quererme, ella solo podía querer a papá. Mientras veía su cuerpecito estirado y lleno de sangre, tiré la pistola y empecé a llorar, hubiese
preferido matarme a mí antes que a ella.
Despues de eso hubo demasiado silencio, en la casa y en mi mente. Fui a
bañarme, a lavar el uniforme del colegio que nunca me llegué a quitar, a sacar la sangre de mi zapato y me fui
a dormir. Desperté como todas las mañanas, hice el desayuno, y le di de comer a los perros y las gallinas, y fui
al colegio. Llegué a la casa y todo seguía igual, pero yo ya no sentía nada. La
casa siempre se sintió vacía, siempre hubo dos cuerpos que no sentía, y yo siempre estuve sola. La muerte no cambio nada, la casa se mantuvo vacía:
Nadie me amo, nunca amé a nadie.
Pasó una semana, yo seguía con la misma rutina, de vez en cuando hablaba
con mi mamá, a ella la puse en la sala, sentada, con la televisión prendida. A
mi padre le eché todo el formol que pude y lo dejé en la basura. En una ocasión puse mi cabeza en el regazo de
mi madre, sé que ella jamás me lo hubiese permitido si estuviera viva. Le conté
lo que me había pasado en el colegio y almorce con ella. Una vecina venía a preguntar por mi madre diariamente y por los sonidos de los disparos que dije que fueron cohetes.
Creo que el policía llegó a abrir la puerta. Para ese entonces, yo estoy
entrecerrando los ojos, solo escucho sus pasos, parece que viene con más
personas. Escucho a la vecina vomitar al ver a mi madre sentada en el sillón. Dos policías me
encuentran, me miran con cara de susto. En mi mano, con venas abiertas, hay un semanario, de esos que entregan los cristianos o testigos de jehová; en ella hay una foto
de una familia; un padre, una niña y una madre, todos felices. Solo no quería que me quiten eso al
encontrarme, mientras cortaba mis venas me aseguré de que mis tendones puedan seguir sosteniéndolo. Uno de los policías me cerro los ojos y sentí como esa
imagen fue arrebatada de mi mano.