El Pescadito de Oro
El Coronel Aureliano Buendía elaboraba pescaditos de oro; los derretía y los volvía a hacer y eso lo mantenía vivo. Escribir es mi pescadito de oro.
jueves, 13 de marzo de 2025
Esto ya no me pertenece
domingo, 12 de enero de 2025
Duelo incompleto
*
Desperté, aún no había sol por la ventana, y solo veía la sombra de mi ropa
en la silla. Creí que estaba asustada o lloraba, pero me toque la cara y no
había lágrimas, me toque el pecho, y latía con normalidad. Volví a esa emoción,
si la puedo llamar así ¿Cuánto tiempo voy con esa sensación? Él se fue hace cuatro
meses y yo no he llorado, yo no he vuelto a gritar, yo nada.
Solo fue ese primer día, ese primer día en que puse hasta el alma en
alquiler para que él se quedara. Se marchó, dijo algo sobre “conocer nuevas
personas”, y no lograba entender cómo es que en la mañana él era otra persona, alguien
que dijo que me amaba; y esa misma noche fue otra, una totalmente indiferente,
una totalmente cruel, utilizó todos mis miedos y me vio suplicar, pero ni
siquiera intentó calmar mis suplicas con la verdad, ni siquiera por el amor que
dijo alguna vez tener. Supliqué y lloré, creo que me quedé sin voz de tanto
gritar. Nunca volteó, creo que le daba miedo ver todo el desastre que dejó,
pero si volteaba solo iba a ver a una mujer parada viendo la nada. Él dijo algo sobre “siempre estás triste”,
pero yo lo conocí a él triste. La última suplica que hice, y él rompió un corazón
que ya se encontraba frágil de hace años. Le dije algo sobre “solo dime la
verdad”, pero él era un hombre tan pequeño para enfrentar una verdad, sobre
todo si es una suya.
Intente odiarlo, y fue en vano, merecía mi odio, al menos unos meses, pero
de mi boca no salía nada sobre esa noche. Si preguntaban, solo decía “no sé cómo
acabó”, y seguía con mi vida. Los tiempos se habían congelado y mis emociones
también. A veces él regresaba como una pesadilla no resuelta, solo en sueños puedo
sentir todo el dolor, la cólera, la confusión, pero despertaba y volvía a la
nada.
Por consejos de amigos, intente escribirle una carta sin enviar, y la
narrativa era que yo era la culpable por no cuidarlo lo suficiente, por no
apoyarlo lo suficiente, por eso él se fue con otra. Para ese entonces, ya una
amiga los había visto. Increíblemente, no sentí nada. Mientras escribía la
carta, como si fuese un proyecto de tesis, enlistaba las posibles hipótesis del
final de la relación, como si la relación que tuvimos fuese un experimento, y
yo la investigadora objetiva. Cuando la hipótesis con más argumentos era que “la
enamorada” se imaginó todo, salían los contra argumentos: Él habló sobre comprar un departamento juntos
(unas semanas antes de terminar), de viajar juntos, de tantas cosas. Esa carta
tuvo muchas hipótesis, y la que decidí creer, por mera fe y no por epistemología,
fue que yo era la culpable. Todas esas cosas lindas que él dijo solo eran psicofonías
en mis sueños, en el mundo real yo seguía siendo la persona que solía ser. Toda
la culpa, odio, tristeza y todo el dolor estaba en mis sueños.
Empecé a tener miedo a dormir, a veces creía que la nada era mejor, pero
cuando mi hermana me abrazaba y no sentía nada, era extraño “raro”, cómo él
solía decir. Una vez dijo “tus abrazos no me hacen sentir nada” ¿a eso se
refería? ¿él vivía así? Sentí un poco de pena por él, pero luego se cayó uno de
los cuadros y solo miré. Mi hermana se apresuró en recogerlo. Yo la veía un
poco incomoda, tal vez preocupada, yo no decía nada. Llegaba la hora de dormir
y lo alargaba lo más posible, leía libros de terror, para tener pesadillas
sobre fantasmas, demonios lo que sea que les dé miedo a las personas de hoy.
Pero dormía, y mis pesadillas eran él, él incompleto, él sin decir nada, siendo
una estatua fría y blanca. Despertaba porque su estatua se empezaba a mover y
en dirección contraria a la mía. En algunas pesadillas revivía un viaje, pero
él me decía que se iba, pero no era él, era su boca, su rostro, pero sus ojos
eran huecos. Y yo no dejaba de ver el vacío dentro de él. Despertaba y pensé
que podía llorar, lo intentaba, ponía una canción que me recuerde a él, que me
recuerde que yo solía sentir todo con mucha intensidad, pero nada, todo era en vano.
Segundos de desesperación, y luego otra vez la nada. Escribí poemas en los que
se reflejaba espasmos de querer sentir algo, pensé en mis comportamientos
autodestructivos de mi adolescencia, pero salir con otros hombres no era
suficiente para sentir algo. Vi las cicatrices de cortes antiguos, de cuando
sentía mucho y solo quería sentir un dolor físico y no emocional ¿él se llevó
todas mis emociones? Sentí tanto en tan
poco tiempo, que para los 30 ya no tenía nada. Ese es un pensamiento tan
infantil, como solía ser.
Las responsabilidades llamaban, y para el mundo mi sentir “nada” era
funcional, nunca trabajé tanto, nunca hice mejor las cosas, hacía deporte, si
estaba despierta todo estaba bien; dormir era el problema. Decidí dejar de
dormir, no me podía dar el lujo de extrañar sentir.
**
Leí que un ser humano no puede dejar dormir eternamente, pero leí sobre las
fases de sueño, cuando entro a la fase en la que empiezo a soñar la alarma
suena. Duermo intermitentemente, y tomo mucho café. Los días pasan como si
fuesen algo, algo que ya no conozco.
*******
Llevo unas semanas sin dormir. Vapor, dispersándose apenas entran en
contacto con el aire. Vivo entre esos momentos fugaces en los que mis ojos caen
de sueño, pero todo se convierte en una mezcla de cansancio y vacío. El cuerpo
sigue en su rutina, pero mi mente ya no. Ya no me importa lo que pase fuera de
mí, porque todo parece igual, como si los colores de la vida se hubieran
desvanecido.
He aprendido a ser funcional, pero no a sentir. He dejado de ser una
persona que recuerda el calor de los abrazos, el sabor de las palabras dulces,
o incluso la amargura de un grito. He dejado de ser alguien que tiene miedo,
porque el miedo a sentir ya no existe. Lo que quedó de mí es una cáscara vacía
que solo sigue haciendo, como si estuviera jugando un papel que ni siquiera le
pertenece.
Y él, que alguna vez fue el epicentro de todo lo que conocí, ya no es más
que una figura borrosa en mis recuerdos. Algunas veces creo ver sus ojos en los
espejos, esos ojos vacíos, y me pregunto si alguna vez los vi llenos de algo, o
si fue todo un engaño, un espejismo que me fabriqué para no estar sola.
En mis sueños ahora él es un espectro, una sombra blanca que nunca habla. Y
cuando se mueve, lo hace con esa lentitud que me congela, como si tratara de
hablarme, pero sus labios nunca pronuncian palabra. Solo el vacío se convierte
en su respuesta.
Ya no soy capaz de sentir ese dolor, ni siquiera ese odio que alguna vez me
habría quemado por dentro. Estoy atrapada en un lugar en el que el tiempo se ha
detenido y mi cuerpo sigue como una máquina, como un reloj que avanza sin
tregua, sin detenerse a revisar si sus piezas aún tienen sentido.
Hoy, por primera vez en mucho tiempo, me siento capaz de escribir, pero no
sobre él. Escribo sobre mí, sobre el eco de lo que fui y lo que ya no soy. Y lo
único que puedo decir es que, en este mundo de sombras y ausencias, ser la nada
ha dejado de ser tan doloroso. Porque la nada ya no duele. La nada simplemente
es.
*****************
A veces, me despierto en medio de la noche y la memoria de él me golpea de
tal forma que me cuesta distinguir si fue real o si la pandemia me lo inventó,
como si el encierro hubiera sido un terreno fértil para dar vida a todos esos
fantasmas que ahora me rondan. ¿Qué es lo que me sigue atando a él, si no sé ni
siquiera si existió de verdad?
Lo único que recuerdo con claridad es cómo se desvaneció en mi vida, en
silencio, como si la realidad misma hubiera decidido tragárselo. Pero, ¿era él
el que se fue? ¿O fui yo quien desapareció, que me quedé con la forma de su
ausencia, que empecé a inventarlo en la quietud del confinamiento? ¿De verdad
lo vi alguna vez o era solo una proyección de mis días sin terminar? No sé, ya
no lo sé. Es como si la distancia entre lo que fue y lo que ya no es se hubiera
disuelto en la niebla que cargamos todos durante esos meses largos, esos meses
en los que el mundo entero se cerró y yo me quedé buscando algo que me diera
sentido. Y ahí, en esa oscuridad, él apareció o se deslizó, como un animal
nocturno, como un espejismo. Ahora lo dudo. Dudo de él, de su olor, de su risa,
de su manera de decir mi nombre. ¿De verdad existió o lo inventé para no quedar
completamente vacía?
He querido escribirle, lo he intentado tantas veces. Escribo y borro,
repito, como si darle forma a esa carta pudiera devolverme algo, algún pedazo
de lo que supuse que era amor, o lo que sea que creí que viví. Pero al
escribirle, me detengo. Porque no estoy segura de si él aún vive, si está ahí
afuera o si es un eco, una sombra que ya no tiene cuerpo. ¿Lo buscaría? ¿Dónde
lo buscaría? Ya no sé en qué mundo vivimos.
La pandemia se tragó tantas cosas, entre ellas mis sueños, y los devolvió
en pesadillas. Nos convirtió en espectros, a todos. Y cuando pienso en él, en
cómo hablaba de futuro, de proyectos, de promesas que ahora no puedo entender,
me pregunto si todo eso también fue solo un delirio de cuarentena, un arrebato
de necesidad, un intento de llenar vacíos. Quizás, quizás nunca fue real.
Quizás nunca estuvo ahí y yo solo lo soñé en medio de los días repetidos y las
horas vacías, en esa época en la que el tiempo no existía y las fronteras entre
lo que era y lo que no era se difuminaban.
Me siento en mi escritorio ahora, con la luz tenue del atardecer colándose
por la ventana. Frente a mí, la carta está allí, con su inicio torpe, con las
palabras que no sé si dirigen a un fantasma o a alguien que jamás estuvo en mi
vida de verdad. ¿Y si nunca existió? Me repito la pregunta en la cabeza
mientras miro la página vacía. A lo mejor nunca existió, a lo mejor todo fue
parte de la confusión de esos días de encierro, de los días en los que todo se
desdibujaba y nos quedábamos esperando, como si el mundo fuera a devolvernos lo
que perdimos, o a darnos algo más que promesas rotas.
Así que escribo, sin saber si es para él o para mí, sin saber si alguna vez
le llegará la carta, si siquiera existe un destinatario, es más que un gesto
vacío. Quizás solo sea un intento de aferrarme a algo, a una idea, a una
persona, a un sentimiento que nunca entendí del todo, pero que por alguna razón
me sigue persiguiendo. Y tal vez, al final, eso es todo lo que queda: la
necesidad de aferrarme a algo que nunca fue real.
Poemas del confinamiento:
Lo revivo, estoy ahí,
Parada frente a ti.
Señalo a mi verdugo, otra vez,
Lo señalo y lo amo
"Eso salvará mi alma perdida"
Lo veo, tiene la misma indiferencia.
Al final, nada me salvará
Tiene un solo cometido
Ofrezco otros sentidos
"Por favor, mi don de amar no"
Lo abrazo y lo amo,
Eso salvara mi alma perdida
Lo veo con su dedos largos y puntiagudos
Lo veo con su puño, sus balas y sus silencios.
Hace el primer tajo.
Me aferro a lo que me queda, la nada.
Pero la misma herida vuelve a estar abierta,
Dejando huellas de un gran amor
Las aves empiezan a cantar
"Por favor, mi don de amar no"
miércoles, 11 de diciembre de 2024
Salvatore y Buenos Aires
Ella juega a perderse, pero él la encontraba sin intentarlo. La primera vez que se vieron, él llevaba el cabello corto, renegaba por un concierto mal hecho, un viejo hecho joven y un amigo molestoso. Ella llevaba un listón blanco en su cabello, y estaba perdida en su mente y en la multitud. El amigo molestoso los presentó, pero ni uno de los dos se tomaron importancia. Otra persona más, alguien más a quien conocer, no gracias.
Pasaron años para verse por segunda vez. Él dice que la vio en sueños antes
de esa segunda vez, pero no estaba seguro si era ella. No pasó escribiendo en
baños “ojos de perro azul”, pero si ponía canciones en su Instagram, para ver
si ella lo encontraba. -el romanticismo murió con el internet, eso
dijo él-. Ella estaba distraída en amores de un día, pero le escribía
cartas, contándole sobre esos amores, sobre cómo deseaba que él fuese la primera
vez que la viera. Para ella el romanticismo es algo que se guarda bajo una
portada de un cuaderno Justus. Y claro,
ella no sabía que ya se habían conocido - las
mejores historias aún no son contadas, eso dijo ella-.
Las probabilidades estuvieron a su favor hace muchos años, las mismas aulas,
siempre los mismos amigos, siempre rodeados de las mismas personas, pero ellos
dos no se miraban. Pero esta vez, todo estaba en contra, ella estaría en la ciudad
en la que ahora vivía él , pero solo unos cinco días ¿Cuál era la probabilidad de
encontrarse? Él estaba ocupado en sus días de rutina construidas en esa ciudad.
Ella estaba perdiéndose y encontrándose contantemente.
Ella viajó a Buenos Aires para olvidarse quien fue los últimos tres años, e
intentar recuperar lo que alguna vez ella fue hace muchos años, cuando la vida
parecía más corta de lo que era en ese entonces, antes de que el papel tapiz de
un departamento de Lince le contara que ella era una prisionera, que los roles
de género ya estaban en el color de su piel. Él viajó ya hace unos meses, para
hacer una vida allá, una vida que buscaba en cada esquina y en cada calle. Ella
seguía perdida, pero disfrutaba estar perdida en una nueva ciudad y encontrar
partes de ella en un museo, en una feria, en un cuadro y volverse a perder.
Ella tenía que tomar el tren a las 10:15AM horas de Argentina. Él salía de
un voluntariado a las 10:00 AM horas Argentina. El voluntariado estaba justo al
frente de la estación Retiro, en la villa 31. Ella entró a la estación Retiro
justo a las 10AM, nunca había visto algo igual, se perdió en los cuadros, en la
estructura. Cuando vio la hora ya había pasado la hora en la que el tren
pasaba, tuvo que esperar otro “en media hora” le dijeron. Ella salió para ver
un poco más de esa estación fundada hace años por arquitectos de otro país, y
pensando que algún día vería muchas estaciones así en algún otro viaje, aún más
lejos del lugar en el que nació. La versión de ella de 15 años ni siquiera
pensaba llegar a ese lugar, seguro que esa versión no sabía lo que aún le
esperaba. Él la reconoció de lejos, estaba cambiada, pero era ella, no la que
la presentó su amigo molestoso, sino con la que soñaba de vez en cuando. Se
acercó hacía ella, y ella inmediatamente lo reconoció: estaba con el cabello
largo, una sonrisa que no tenía la primera vez que lo conoció, y la trató como
si la conociera de años. Ella le contó sobre su viaje a Buenos Aires, sobre lo
bonita que era la estación y que ese era el último día que estaría en Buenos
Aires. Él le contó la historia de la estación, los porqués detrás de su forma.
Y como si se tratara de dos viejos amigos se acompañaron todo ese día. Él no
tenía nada más que hacer – o eso dijo él-, y para ella ese
era su último día en esa ciudad – o eso dijo ella-.
martes, 27 de diciembre de 2022
No fue una pesadilla
Entre pesadillas, alguien me perseguía, nuevamente yo huía sin saber bien quién era aún, temía que me hiciera lo peor, eso que ni a una mujer soltera se le puede hacer. El que me perseguía se reía en voz alta diciendo “te voy a encontrar”. Vi un hueco debajo de la escalera y me escondí. Pasaron unos minutos y ya no lo escuché, salí para ver si se había ido y sentí un calor profundo dentro de la sien, caí lentamente mientras vi los pasos de ese hombre alejándose, sentí mi sangre recorrer mi mejilla y me sentía inerte, sin vida, sin voz para contar lo que me había pasado. Desperté de golpe, aún sintiendo el dolor en la cabeza, corrí y abrí la puerta de mi cuarto y me fui al cuarto de mamá, entré y grité: Ma, mami, me mataron, me dispararon en la cabeza, fue tu primo, por favor, que ya no venga.
Mi madre, me dijo “fue solo una pesadilla, hijita,
vamos a dormir, si quieres puedes dormir aquí hoy”. Yo le seguía diciendo que no fue una
pesadilla que realmente me mataron. Mi madre me abrazo e hizo que me echara en
su cama. Fue tan acogedor volver a sentirme segura que solo dormí.
En la mañana siguiente me despertó los
gritos de mi madre, ella estaba en mi cuarto, viendo horrorizada lo que
hicieron con mi cuerpo. No fue una bala, fueron golpes en la cabeza hasta que
terminé desangrada. Su primo, “el que venía de visita no' mas”, me tapo
la boca y amarró mis manos, pero yo no me quedaba quieta para que me hiciera
eso que no se le hace a una mujer soltera, por eso me golpeo hasta la muerte.
Entre al cuarto y le dije a mi mamá “ya ves,
ma, te dije que no fue una pesadilla”, pero ella ya no podía escucharme.
Por Dessiré Tito
viernes, 11 de noviembre de 2022
Desamarte
Despierto de madrugada, fue una pesadilla, pero lo primero que pienso es en tu lejanía. La pesadilla es como las de siempre, me persiguen y yo intento escapar, buscando ayuda, pero siempre termino sola y alcanzable. La pesadilla me recuerda a tu abrazo, en esas noches en las que al despertar me decías que todo estará bien, que siga durmiendo. Yo me acurrucaba en tu pecho y volvía a dormir. Todo cambió. Ahora me despierto sola y la cama es inmensa. Voy al baño a “despejarme”, pero es en vano, sé que no volveré a dormir. Me preparo una taza de manzanilla, mientras agarro un libro, el primero que esté a mi lado. No puedo leerlo, voy de libro en libro hasta llegar a Wilde. El ruiseñor y la rosa parece ser un cuento escrito en mis paredes, siempre llego a él. Lloro un poco.
Después de dar varias vueltas en la cama, me vuelvo a parar, abro la laptop e intento matarte con prosa, con lo mejor de mis versos, pero con cada cuento, con cada maldito poema te haces un poco más inmortal, como si esa palabra tuviera matices. Escucho música, de esas que odiabas, intento odiarte. Te hablo en mi mente: “Si tú hubieses apostado por nosotros, si tú me hubieses dicho que quieres estar conmigo, en cualquier lado, pero conmigo; yo hubiese hecho las maletas, me hubiese mudado al país más liberal y racista del mundo, me hubiese esforzado el doble para estar donde tú estás. Pero no fue así. Yo miré un mundo contigo, y no me imaginaba otro tipo de mundo. Te imaginé llorando mientras me veías entrar con un vestido de novia, y yo llorar contigo”. Su foto aún está en mi mesa de noche, Su poema aún está escrito en mi pared; pienso en sacarlo – como todas las noches- pero temo que te vayas, que en serio te vayas del todo; que sea el inicio de mi vida sin ti. Voy a la cocina, ya no aguanto mi cuarto. Me preparo un café, mientras muerdo mis uñas. La luz empieza a notarse entre las cortinas. Veo la cafetera y recuerdo el café que preparabas en las mañanas, tu estrategia para despertarme y, alguna vez, llegar temprano al trabajo. El café parece perder significado sin ti, el arte empieza a perder significado. El día será horrible, pero me centro en el presente; cómo diablos pasar la noche. Te mataré con prosa o nunca te irás. Capturar el instante y dejarte ir. Vuelvo a abrir la laptop con el café en mano, tomo un sorbo y me sabe a nada. Me quiero despedir y a la vez pedirte que me lleves, que me lleves a donde tú estás. Mi despedida sabe a súplica, y es inevitable:
Quiero volver al salón de estudio de letras, verte entrar con dos tazas de café, que te diga que es el peor café del mundo mientras me quemo la lengua con él. Que saques un chocolate sorpresa, que en su etiqueta diga: producto andino, que me digas que tú también eres un producto andino y yo coloque la etiqueta del chocolate en tu frente. Jugar y descubrir lo común en una persona, quiero que me vuelvas a hablar de arte, quiero que me cuentes cuentos cuando no pueda dormir. Quiero sentir que una banca es un país entero nuevamente, que me digas que tengo el título de dictadora de ese país – en ese país ya superaron la etapa feudal- , que podría ser la mayor genocida del mundo; mataría al 50% de la población si te doy un beso. Quiero que me digas que la forma de mis labios es como los labios deben de ser, que comamos juntos un postre y no queramos que acabe; el que se lo termina pierde. Quiero que me hables sobre los filósofos existencialistas y me asombre sobre tu entendimiento de la vida. Quiero escuchar tu risa estruendosa y sentir que ese día estaba completo. Quiero que vuelvas a hacerme el amor sin tocarme, luego te emociones y llores: sentirme malditamente especial, malditamente bella. Descubrir que llorar está bien, incluso cuando estás feliz. Que me digas que provengo de las uvas, que mi alma se rompa y que tú me hagas un poema para reconstruirlo. Quiero dibujarte, mientras estudias microeconomía, mientras los ojos te brillan por ese estudio innovador con las cosas locas en estadística. Quiero ir a ese momento en el que me hacías los mejores cafés del mundo, quiero volver a pensar que eres el mejor barista en una noche de estudios. Quiero que mis pesadillas sean calmadas con tus susurros. Quiero escucharte cantar y tocar la guitarra, quiero que toques el piano mientras leo una novela. Quiero que leas mis cuentos y me digas que soy una buena escritora. Quiero que leas esto y mientras lo lees, mis recuerdos se vayan contigo, ya no los soporto conmigo: Me hacen daño, me torturan noche tras noche, me disparan sin matar. El desamarte está siendo más allá del amor, es poesía, y está rompiendo pedazos de mí y me temo que esos pedazos nunca volveran*.asunto raro de bichos raros de largos dedos
sensitivos
La poesía debe ser como el amor,
refinada y violenta
y que haga daño y muerda
sin llegar a romperse
ni a romper
Pero a veces la poesía debe llegar más lejos
que el amor
y más lejos que todo
Y romper cosas.
lunes, 16 de agosto de 2021
Reproches
Quisiera
construir aquel poema
en el que se mata a la tristeza,
en el que la belleza no se describe.
Y
las gentes tienen rico perfume
Quisiera construir un mundo mejor
a base de palabras, a base de poemas
Que mi fusil sea una nota
producida por un peine y un tarro de leche
en un bus que se dirige al cono sur
Y que mis metáforas sean feik nius
Que envuelve a personas
Y que las personas miren mis poemas
Y crean en mis feik nius
Quisiera cambiar el pasado de mis padres
De mis abuelos, y de todas las gentes
Cambiar todo ese dolor, convertirlo en canciones
Quisiera que mi hermano no cargue sus dolores,
Nuestros dolores.
Pero mis acciones son tan cortas,
Tan ancho es mi odio, y tan ajeno mi perdón
Tanto exijo, pero cuánta inacción.
Tanto anhelo, ¡pero qué cansada estoy!
viernes, 4 de junio de 2021
Capitulo 12.
O: Es solo que a veces esa sensación regresa, como si estuvieras a punto de saltar a un abismo. Te has alejado tantas veces de ese mismo abismo y todos los caminos te devuelven a él, nuevamente, como si fuese inevitable, como si las personas que dijeron que acabarías saltando tuvieran razón. No sé desde cuándo, tal vez desde los 13. Ni siquiera sé cuál fue mi primera obsesión, mi primer corte, la primera cachetada que me di, ni la primera paranoia que tuve ¿El primer ataque de ira? No, tampoco lo recuerdo, solo recuerdo todos esos rostros a los que destruí, la culpa no desaparece. Estoy tan cansada de correr en contra del abismo que solo quiero descansar. Siento una gran atracción por saber que se siente dormir bien ¿Qué pasa si salto? He saltado antes, pero siempre hubo alguien que me hacía quedar, pero no quiero a alguien en mi vida para salvarme, quiero no regresar al abismo, quiero pensar una vida sin ver ese maldito abismo.
L: ...
O: Sí, ya lo sé, los existencialistas franceses tienen razón en decir que "somos lo que hacemos con lo que hicieron de nosotros". Gracias por recordarme todas las cosas bonitas que hice en el pasado, no es una duda de mi fortaleza ¿sabes? es más algo de resistencia, de odios no cobrados que no es tan fácil dejar ir y que cuesta seguir llevándolos.
L: ...
O: Me gustaría ser todo eso que piensas de mí. Somos tan parecidos, pero tú tuviste una familia. A veces me imagino otra yo- con adultos que la protegieran, es triste, lo sé, pero es el cuento que me cuento para poder dormir ¡Rayos! las cosas que haría esa tipa. Tal vez la mujer que crees que soy es esa versión mía sin todos esos problemas encima.
L: ...
O: jajaja solo llego a artistoide, escribo cada vez menos, y nunca logro aprender a tocar un instrumento ¡vamos! que hasta en eso me ganas. Sí ya sé que no todo es competencia, pero aceptemos que no soy la mejor ni en aquello que realmente me gusta. A veces tengo toda la energía, a veces solo quiero desaparecer.
L: Se que estas cansada. Quizás no seas todo lo que pienso de ti, quizás lo fuiste, quizás lo serás. Pero si has hecho de todas maneras todo lo que te he visto hacer. Has escrito todas las palabras que he leído de ti. Sé que cansa cargar una piedra enorme por mucho tiempo ¿Recuerdas al Sísifo feliz? pues yo creo que no siempre puede estarlo. No está mal descansar, no está mal no tener siempre respuestas. Ni si quiera debemos sentir temor o pena por no tener las palabras adecuadas que ofrecer, en momentos como estos, en los que quizás este abrazo sea lo mejor que te puedo dar.
[la abraza]
jueves, 3 de junio de 2021
Capitulo 1.
Leo y Ofelia terminaron el 23 de junio por diferencias inexplicables. Sus similitudes eran muy evidentes, por eso me cuesta entender las diferencias que los separaron. Duraron un poco más de dos años: otoños hermosos, pero ningún verano.
Se vieron por primera vez cuando coincidieron en la clase de una escuela de idiomas, pero nunca se presentaron. Cruzaron palabras, pero no fue en su idioma. Estudiaban en la misma universidad, se reconocían una que otra vez, pero ninguno se atrevió a hablarse. Ambos con miles de cosas en la cabeza que se callaban cuando uno pasaba al frente del otro. Él pensaba: esa es la señorita que siempre tiene un libro de Wilde que parece una biblia. Ella pensaba: él es el chico que puede hablar de la muerte sin reparos. Cuando pasaba ese minuto de coincidencias, ambos seguían con sus vidas.
Después de reconocerse por un año en la misma universidad, en la misma sala de estudios, en la misma librería “Libro viejo”, en las mismas exposiciones y hasta en las mismas marchas; ella tomó la iniciativa de hablarle. Lo vio mirando una pintura en la exposición temporal de los estudiantes de arte de su universidad. Se paró justo detrás de él, observando como él veía la pintura. Le preguntó qué le parecía. Él bastante seguro de sí, dijo que se nota que la exposición es de estudiantes de primeros ciclos, en especial el que tenía en frente. Ella lo tomó como un insulto a la pintura y algo de arrogancia por parte de él. Leo trató de volver a explicarse -Se nota por el ímpetu, todas las ganas de romper cosas, de la vehemencia de un artista, pero por falta de una técnica sólida esa vehemencia está esparcida y se pierde- Se quedaron hablando sobre la pintura durante varios minutos y otros temas extrapolados de la pintura, como si ambos supieran de lo que estaban hablando, como si fueran expertos en arte y otras cosas de las emociones humanas, hasta que ella le reveló su nombre:
-Por cierto, mi nombre es Ofelia Bustamante, la autora de la pintura- Leo miró la descripción de la pintura, su rostro se descompuso por unos segundos. Se estaba sintiendo avergonzado. Habló dos horas como si conociera a la artista detrás del cuadro. Ofelia le sonrió.
-No te preocupes, acertaste en un 50% sobre las cosas que me contaste sobre mí, pero me asustaste. Debo dejar de poner tanta información en mis cuadros- Hasta ese momento, nadie se había tomado la molestia de desmenuzar emocionalmente algún cuadro de Ofelia, ni a ella. Técnicamente, si, muchas veces. Pero desmenuzar las emociones que ella dejó el en cuadro era algo totalmente nuevo.
-Pero un artista hace eso, transmite. En el cuadro me transmitiste el 50% de lo que sentías. No dejes de hacerlo- le replicó Leo, observando aún la pintura.
Ofelia tenía clase en unos minutos, se despidió y se alejó. Leo ya había perdido la única clase para la que fue ese día a la universidad; la vio alejarse, sin pedirle alguna forma de contactarla. La verdad, es que ella se había avergonzado por las cosas que Leo dijo sobre su cuadro y decidió escapar, siempre hacía eso cada vez que se sentía descubierta.
lunes, 9 de noviembre de 2020
La casa siempre se sintió vacía
¡Apesta a mierda!
Esa frase puede venir de mi padre, pero venía de otro policía. Tocaba la puerta de mi casa fuertemente, la cabeza me dolía, mientras todo se hacía nubloso. Sus golpes en la puerta solo agravaban el dolor y me sacaban del adormecimiento. Empezaron a gritar el nombre de mi madre, una voz conocida y de mujer:
– Virginia, ¿estás ahí? -
Hace un mes que no escucho ese nombre, la última vez que lo escuché fue en boca de mi padre, antes de que pasara todo.
Aquel lunes, me desperté temprano para ir al colegio. Me preparaba el desayuno y mi madre me miraba desde el comedor, se notaba llorosa, pero estaba acostumbrada a esa escena, siempre la misma escena: es mejor no preguntar. Seguí con el desayuno, le di comida a los perros y a las gallinas, mi mamá me seguía con la mirada. Empecé a preguntar, no porque quisiera, me sentí obligada a repetir la escena una vez más, como si fuese mi destino.
-Tu padre volvió con su esposa, nos dejó nuevamente, no sé qué será de nosotras-
Mi padre tiene dos mujeres: su esposa y mi madre, por suerte, a mí nunca me tuvo. Cada cierto tiempo quiere “hacer las cosas bien” y se aleja de nosotras, eventualmente vuelve. Primero vuelve con violencia, golpea a mi madre porque piensa que estuvo con otros hombres en su ausencia. Luego se arrepiente o simplemente cree que mi mamá ya aprendió a respetarlo, compra cosas y finge que somos una familia. Para su mala suerte no soy buena fingiendo, mi madre siempre me reprochaba eso, que por eso mi padre se siente mal, porque no le sonrío, porque no finjo que él es mi padre, porque no soy agradecida. Su violencia también llega hacía a mí, no con golpes, con insultos. Los momentos en las que hay cierta calma es cuando él decide hacer las cosas bien e irse.
No pude decirle nada a mi madre, creo que con el tiempo he perdido las emociones hacía ella. Antes solía consolarla, la abrazaba y le decía que nosotras podemos solas. Eventualmente, él regresaba y la escena se repetía una y otra vez. Esa vez solo me puse el uniforme y me fui.
Al regresar del colegio, mi padre estaba ahí, pero no mi madre. Me preguntó por ella. Le repetía que no sabía, que recién llegaba. Me dijo que era una puta igual que mi madre, que la mataría y se fue. Llamé a mi mamá en varias ocasiones, espere su llamada por horas. Estuve viendo el celular y la ventana durante horas para ver si ella volvía.
Ellos Llegaron en la madrugada, mi papá estaba ebrio y traía de los pelos a mi mamá, la aventó al sillón de la sala y empezó a golpearla, yo huí a mi cuarto, la escena se repetía, no quería escuchar, ni oír. Pero es inevitable, en unos minutos escucho sus gritos, quisiera poder ayudar a mi madre, pero no sé cómo. Intento salir, intentó poder ayudar a mi madre. Estoty en la puerta de mi cuarto, sosteniendo la perilla, respiro rápido mientra solo escucho a mi padre gritar. Al abrir la puerta estaba él y su manos alrededor del frágil y delgado cuello de mi madre, su pistola estaba en el piso, mi madre estaba morada, casi no respiraba. Corrí directo a la escena.
No pensé demasiado, no recuerdo lo que dije agarré el arma, corrí hacía mi padre, pude sentir como la pistola chocaba directamente con su cabeza, y presione el gatillo, una, dos, tres, cuatro veces, hasta que dejó de sonar el retumbar de la pistola, hasta que dejó de tirarme para atrás. Él cayó al piso, se iba formando una gran mancha roja en el piso, la sangre alcanzaba a mis zapatos de colegio. Solo me quedé viendo la escena, con la pistola aún en mi mano, no pensaba, no actuaba, aún me cuesta creer que respiraba. Cuando mi madre se reincorporó, me miró horrorizada, como si yo fuese el monstruo, se alejó de mí y del cuerpo de mi padre con el rostro irreconocible. Pasaron minutos o segundos y ella empezó a gritar, se acercó para golpéarme, hace tanto que no lo hacía, movía su boca, pero mentiría si dijera que sé lo qué dijo, nunca solté la pistola. No sé cuántas balas quedaron en su cuerpo, solo dejé de disparar cuando la pistola quedó vacía, no quería hacerlo, enserionoloqueríahacer, la cabeza me dolía ella me seguía mirando como si yo fuese el monstruo tal vez lo era, ella nunca pudo quererme, ella no podía quererme, ella solo podía querer a papá. Mientras veía su cuerpecito estirado y lleno de sangre, tiré la pistola y empecé a llorar, hubiese preferido matarme a mí antes que a ella.
Despues de eso hubo demasiado silencio, en la casa y en mi mente. Fui a bañarme, a lavar el uniforme del colegio que nunca me llegué a quitar, a sacar la sangre de mi zapato y me fui a dormir. Desperté como todas las mañanas, hice el desayuno, y le di de comer a los perros y las gallinas, y fui al colegio. Llegué a la casa y todo seguía igual, pero yo ya no sentía nada. La casa siempre se sintió vacía, siempre hubo dos cuerpos que no sentía, y yo siempre estuve sola. La muerte no cambio nada, la casa se mantuvo vacía: Nadie me amo, nunca amé a nadie.
Pasó una semana, yo seguía con la misma rutina, de vez en cuando hablaba con mi mamá, a ella la puse en la sala, sentada, con la televisión prendida. A mi padre le eché todo el formol que pude y lo dejé en la basura. En una ocasión puse mi cabeza en el regazo de mi madre, sé que ella jamás me lo hubiese permitido si estuviera viva. Le conté lo que me había pasado en el colegio y almorce con ella. Una vecina venía a preguntar por mi madre diariamente y por los sonidos de los disparos que dije que fueron cohetes.
Creo que el policía llegó a abrir la puerta. Para ese entonces, yo estoy entrecerrando los ojos, solo escucho sus pasos, parece que viene con más personas. Escucho a la vecina vomitar al ver a mi madre sentada en el sillón. Dos policías me encuentran, me miran con cara de susto. En mi mano, con venas abiertas, hay un semanario, de esos que entregan los cristianos o testigos de jehová; en ella hay una foto de una familia; un padre, una niña y una madre, todos felices. Solo no quería que me quiten eso al encontrarme, mientras cortaba mis venas me aseguré de que mis tendones puedan seguir sosteniéndolo. Uno de los policías me cerro los ojos y sentí como esa imagen fue arrebatada de mi mano.
miércoles, 23 de septiembre de 2020
Mírame
Lo busqué entre la gente. Las luces apuntaban justo a mi rostro, el público estaba a oscuras y no podía ver si él se encontraba entre la multitud. Tenía que comenzar la escena.
Primera escena:
Pensativa entra al
cuarto con un monologo sobre el papel que le tocó en este mundo. Mira
al espejo y agarra el cuchillo que tenía rastros de sangre seca. Empieza a
describir los golpes y fisuras que dejaron figuras masculinas sobre su piel,
que abrieron una herida en su cuerpo y dejaron entrar al mundo entero. Se
recordará de niña para llorar. Recordará espacios de su vida para interpretar a
Marcela.
– Yo estaba sola, yo jugaba sola y él fue la única
compañía. Tocarme era el pago por su compañía. Eso comprendí a los 7 años –
Sentencia Marcela, mientras aprieta el cuchillo en su brazo izquierdo.
Hay unos minutos de
silencio, mientras ella sale de la habitación y vuelve dando carcajadas,
sosteniendo una copa de vino, dando brincos y salpicando el vino por la
habitación. Pasa de desesperación a euforia en un minuto. Habla sobre su padre
y su relación con la bebida. Habla sobre lo feliz que es cuando está
adormecida. Habla sobre como metería a varios hombres en una casa de torturas y
los haría llorar, los haría suplicar y luego morir, todo eso lo dice enfadada.
Esa noche interpretaba a todas las mujeres enojadas en ella.
– Una copa de vino
es la justificación perfecta para ser las personas asquerosas que somos. El
alcohol es la diversión para algunos; para mí, los golpes de ese hombre a mi
madre– Dice Marcela, mientras toma el
vino y mira al público.
Aproveché que mis ojos se estaban acostumbrando a la luz
y la escena del vino para volverlo a buscar. Mi corazón latía fuertemente,
quería que él esté. Pero el teatro era inmenso y no lo veía. Buscaba sus
grandes ojos marrones directo hacía mis ojos. Él tenía que verme actuar.
Segunda escena:
Deja de hablar y
camina con la copa de vino por la habitación. Tira la copa de vino intempestivamente,
empieza a golpearse: Llora Se da cachetadas. Ríe Se rasca con frenesí las
heridas recién hechas por el cuchillo. Grita. Se rasguña las piernas. Maldice. Se
detiene, mirando al público, y cae de cuclillas a lado de la cama. Señala su pecho:
– No estoy loca, si
eso es lo que creen. Comencé a los 12. Primero fue uno, luego cien. No sé
cuántos fueron ¿Pueden ver mi vacío? Me rompieron ya hace muchos años. Sigo
respirando por cuestiones físicas, no por voluntad. La vida me pesa, cargo el
dolor de todas las que me precedieron. Cuando le conté a mi madre que me tocaba
su primo me dijo que eso nos pasaba a todas ¿ven cómo cargo sus dolores?
Me detuve, hice una pausa al dialogo solo para lograr
verlo. Me paré y eso no estaba en escena, sabía que me metería en problemas,
pero quería verlo. Me preguntaba si me quería, era mi gran noche por qué no
vendría. Hice todo esto por él, soy lo que él quiso que sea. Tiene que estar
aquí. Tiene que sentirse orgulloso, tiene que publicar esta gran obra por todas
las redes sociales, con esto no me ocultará más, seré todo lo que él quiso que
sea. Si vendrá.
Tercera escena:
Marcela grita, algo
le duele: se toca la barriga, luego la cabeza. En medio del dolor empieza a
reírse, carcajadas intensas, no puede dejar de reír. Se empieza a ahogar. Se
sigue agarrando la barriga. Corre rápido a la mesa de noche, abre el cajón y
saca diez blisters de clonazepan, las toma de dos en dos:
– He hecho esto dos veces antes; no morí,
siempre sigo respirando. Maldita mi manía de seguir respirando ¿Saben qué es lo
peor luego de una violación? ¿les asusta esa palabra? Imagínense a mí. Me
gustaría decir que los recuerdos que regresan en formato real o los ataques de
pánico o la paranoia de que vuelva a pasar, pero eso no es. – Mira al público con resignación, como si ya no
esperara nada.
Las toma de tres en tres:
– Lo peor es la
falta de fe o de esperanza. Ya no crees en algo, te mueres, pero sigues
respirando. Lo peor es el odio, el sentir que no eres tú y que nunca volverás a
ser tú. Lo peor es la nada después de eso, el vacío constante, las ganas de que
todo pare y que hasta el más pequeño contacto humano te rompe. Ese día llegué a
mi casa, dejé todas mis cosas en algún lugar y estoy segura que entre ellas me
dejé a mí. Me di una ducha larga. Sangraba por todos lados, me dolía todo, las
piernas, el abdomen, el mundo.
Las toma de cuatro
en cuatro:
– Traté de engañar
a mi mente: eso no me pasó; a mí no. Nadie puede ser tan estúpida para que le
suceda una vez de niña y otra, de adulta.
Traté de pensar que solo fue sexo, que yo lo consentí, yo lo provoqué.
Mire mis piernas y estaban manchadas de rojo. No sé si en algún momento ese
color desaparecerá de ahí. Mi mente no logra entender qué pasó. Lloré toda la
noche y publiqué una foto: quería engañar a mi mente, todo estaba bien.
Las toma todas:
– Durante un tiempo estaba mejor. Dicen que soy
funcional, tengo un trabajo, ganó mi dinero. Soy funcional, pero en las noches
tomo pastillas para dormir. Soy funcional, pero no puedo dejar que me toquen,
no tomo transporte público porque me dan ataques. Me apago los cigarros en las
piernas y, a veces, veo hombres alrededor mío, me tocan. Le llaman paranoia, yo
le llamó realidad. Tengo un sueño recurrente: Me persigue alguien, no sé quién
es. Las calles son oscuras, pero hay mucha gente viendo como me persigue. Sigo
corriendo, pero me atrapa y me sube la falda, yo agarro una roca y empiezo a
golpear su rostro. Él se deforma, pero eso no lo detiene.
Estaba en la escena cumbre de la obra: la muerte de Marcela. Y aún no lo encontraba. No puede no venir, él sabe cuánto me esforcé por esto. Él sabe cómo intento hacerlo sentir orgulloso, ser mejor actriz que él. Le dije que esto era importante para mí. Él vendrá. Empecé el dialogo de las pastillas, estoy harta de ese dialogo. Estoy harta de la obra. No, él no vendrá. Improviso y tomo las últimas pastillas al filo del escenario. Veo la puerta del teatro abrirse. Lo veo entrar, es él. Llegó, tarde, pero llegó al fin. Sus ojos están fijos en los míos, parece molesto o asustado, pero no importa porque llegó. Caigo adormecida, mientras lo escucho decir “Marcela, ¿Qué hiciste?”.
jueves, 30 de julio de 2020
La sonrisa de mamá
La última sonrisa que vi de ella fue antes de la cuarentena. La última vez que nosotros estuvimos con ella, tenía puesto una bolsa negra. La tierra se la tragó y no pudimos despedirnos. Nos quedamos solos, y la casa se sentía inmensa sin ella. En la mañana, mi hermano con los ojos hinchados me dijo desesperado:
– Sonríe. Ya no puedo más.
Intenté abrazarlo, no se dejó.
– Solo sonríe.
–No puedo– contesté llorosa.
Me llevó al frente de un espejo y puso la foto de mamá a lado: "Por favor, déjame ver su sonrisa".
Por Dessiré Tito.
Esto ya no me pertenece
Antes de irme, un cuento. Los protagonistas de esta historia solían burlarse de que "cualquiera puede publicar sus cuentos y poemas en ...
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Él dijo una vez más “Necesito tiempo solo”. Yo me quedé observándolo ¿cuántas veces lo dijo? Esta vez no lloré. Al menos, no tan de prisa....