Sofía se levanta como todas las mañanas, solo que ese es el día en el que decide que morirá. Compró las pastillas, un veneno -por si las pastillas no vuelven a funcionar-. Quería que quien la encuentre sea la casera usurera y no su mamá o hermana. Ya habían pasado dos días de que no pagaba el alquiler, sabía que su casera iría a tocar su puerta pronto, solo a ella le dará esa imagen, que imaginaba escalofriante: sangre, vómitos, y su cuerpo inerte, con un olor fétido, esperaba que la encontrará después de 3 días.
Ese día almorzó un pan con pollo, su postre favorito y café en su cafetería favorita. Todo estaba de acuerdo con el plan. Esta vez no hablaría con su hermana, tal vez, ella sería la única persona, pensaba, por la que podía seguir viviendo. Por eso, ese día estaría completamente sola. Terminó de leer el libro que amaba Cien años de soledad, y se repetía "no existen segundas oportunidades para personas condenadas a cien años de soledad". Regresó a su cuarto, quedaba cerca de su universidad, en una pensión administrada por una señora con ambiciones grandes e hijos ingratos, que Sofía los llamaba inteligentes si yo tuviera esa madre también me hubiese ido del país. Sofía empezó a ordenar sus cosas, como si de una herencia se tratara: esto para mi hermana, esto otro para Mirian, esa chica que me habló una vez y no me hizo sentir rara. Claramente, no tenía intenciones de dejar una carta, simplemente se iría, pero quería pensar que sus cosas tendrían un futuro mejor que ella.
Aproximadamente a las 5 de la tarde anuncian un mensaje a la nación. Sofía hace mucho que perdió el interés por la política a las justas podía con su vida, pero está vez estaba atenta porque había rumores de una CUARENTENA. A Sofía no le daba miedo estar encerrada, le daba miedo no poder morirse ese día, sabía que su madre llamaría inmediatamente. Su casera no iría a verla y tal vez los que vayan sean su madre y su hermana. Espero el mensaje a la Nación, mientras veía los comentarios conspiracionistas en los grupos de WhatsApp.
“En el mundo ya hay
muchos muertos.”
“Es de las peores
enfermedades que existen, te mata por falta de oxígeno”
“Nos van a encerrar años”
Sofía aprendió a ser escéptica, la mayoría de mensajes les daba igual, pero otros les parecía hasta idiotas ¿cómo nos van a encerrar años? ¿De qué va a vivir la gente? Luego, se puso a ver videos en YouTube sobre el tema, la situación parecía mala en el otro lado del mundo, se alegraba de haber nacido en un país latinoamericano y no tener que lidiar con guerras, virus raros, y cosas extrañas de ese mundo, lejano para ella.
A las 6:15PM horas
salió Vizcarra, presidente del Perú (2018-2020):
“Distintas naciones a tomar decisiones extremas…La cifra de fallecidos es de más de 600000 personas…Pero hay personas que han contraído la enfermedad dentro del territorio…convicción… riesgo… todo nuestro territorio…enfrentarlo…hemos aprobado… y de manera unánime…vigencia de 15 días calendario implica el aislamiento social obligatorio de nuestra población…alimentos…medicinas…servicios funerarios…durante el estado de emergencia quedan restringido…los derechos fundamentales…Se establece que las personas únicamente pueden circular por la vía publica… ”
Los planes de Sofía tenían que ser pospuestos mierda, país de mierda, vida de mierda. Sofía sólo tenía una leche malograda en la nevera y una galleta de avena en su mochila. Desde mañana no podría salir. Agarró una bolsa de mercado y se dirigió al pasillo a comprar lo que fuera para cocinar por dos semanas, lo que duraría la pandemia, solo lo justo para no seguir posponiendo el plan que había hecho desde meses. Se dirigió a la salida del edificio y lo vio, no fue la primera vez que lo veía, pero sí fue la primera vez que lo observó con detenimiento. Estaba bajando el último piso, y Javier tenía una mirada perdida frente a la puerta. Ya había visto esa mirada perdida, pero nunca se preguntó nada respecto a eso, nunca llamó su atención como ese día. Javier tocaba la manecilla de la puerta como saliendo y luego la dejaba para volver a esa mirada perdida. Sofía miraba discretamente, Javier no la notaba, estaba muy perdido en su mente. Sofía se dio cuenta que el cabello de Javier era muy ondulado, casi siempre lo vio con el cabello corto, pero está vez su cabello estaba largo y ondulado. Parece que siempre usa esa chompa verde que combina bastante bien con su piel trigueña. Javier se dio cuenta de que estaba siendo observado. Sofía, empezó a bajar y Javier le abrió la puerta como un acto de caballerosidad, ella solo atinó a sonreír y agradecer. Caminó al mercado sin dejar de pensar en él, ni en su mano de dedos largos en la puerta y esa sonrisa que parecía una coquetería, pero tal vez solo era su imaginación.
Sofía tenía a Javier estancado en su cabeza. Ella siempre tan obsesiva, pero está vez solo esperaba verlo una vez más, solo eso, aún no sabía ni su nombre. Practicaba qué le diría la próxima vez que lo viera:
- también estudias
en San Marcos?
-jaja sí, también odio eso
Miles de conversaciones improvisadas inventadas por ella, por si alguna de esas surgía en su próxima aproximación. Sofía, que nunca aprovechó los lugares comunes del edificio, está vez se encontraba en un área común, en el sótano del edificio, que la casera llamaba "co-working", con mesas y sillas incómodas, adornado de frases que ella sentía estúpidas e inútiles “Tus metas son más grandes que tus miedos”. Las malditas metas, qué metas se pueden tener ahora, parece que el mundo se acabará en cualquier momento, claro que mis miedos son más grandes que algo que no existe. Pero a Javier nunca lo encontraba, solo esas estúpidas frases.
El tercer día de la pandemia Sofía no podía dormir y sale con su laptop al coworking, se da cuenta del Jesús señalando su corazón. Esto más que un lugar para estudiar o trabajar parece un socavón, todo se ve tan lúgubre, esto parece un cuento de Mariana Enríquez o de Poe. Sofía sigue observando el pasadizo hasta llegar a la parte más iluminada, es cuando ve a Javier, estaba jugando uno de esos juegos en línea. Él apenas notó su presencia, ella se sentó justo al frente de él para que la viera. Ella no sabía lo que estaba haciendo, simplemente tenía un impulso casi suicida por conocerlo. Él solo levantó su cabeza para observarla y decir un "hola", tan tímido, que ella, la más tímida de todas, dijo un "Hola" fuerte, un hola de esas chicas que parecen extrovertidas y felices, con vidas y familias perfectas y resueltas. Cómo podemos decir tanto con un hola. El corazón de Sofía se retorcía como un animal herido dentro de la jaula de sus costillas, y lamentaba ponerse frente a él, su mente era un remolino de pensamiento: No estoy arreglada, seguro piensa que eres horrible, ni siquiera puede mirarte, lo estás incomodando, se nota incómodo. Tú estás incómoda. Todos sus pensamientos se detuvieron cuando él dijo:
¿Estudias en la
PUCP?
-No, en San Marcos,
estudió Biología ¿Tú?
- En la PUCP, estudió Economía.
Vamos Sofía, habías practicado esa conversación, sabías que decir después de eso. Sofia no dijo nada y no parecía poder decir más. Después de media hora él cerró su laptop y dijo que su nombre es Javier, que vive en el tercer piso. Ella por mecanismo dijo "Mi nombre es Sofía, mi cuarto está en el primer piso, casi al fondo". Javier solo atinó a levantar su laptop e irse de manera cordial. Sofía odiaba haber no aprovechado el momento, pero ya sabía su nombre, el piso en el que vivía y qué tal vez podía encontrarlo nuevamente en el coworking. Desde esa noche Sofía y Javier se encontraban en el coworking, entre 12 a 1 de la madrugada lo esperaba Sofía, Javier bajaba casi religiosamente a las 12:30. Las interacciones se limitaban a conversaciones banales, "cómo estás” “Bien y tú” “Hace frío ¿no?”. Sofía odiaba en esos momentos su timidez. Ella se ponía audífonos y fingía no escuchar nada. Javier a veces jugaba, a veces parecía muy concentrado en cosas que Sofía no entendía. En una de esas noches bajó a la que Sofía llamaba "la mexicana", una estudiante de intercambio de la ciudad de México que le conversaba mucho más a Javier, también a ella, pero odiaba que conversará tanto con Javier, odiaba que ella sí podía hacerlo, y Sofía se congelaba cada vez que Javier la miraba directamente.
-Parece que esto de la cuarentena no durará solo dos semanas
La mexicana estaba
un poco asustada, tenía pasajes para Cusco y Arequipa. La pandemia había
arruinado sus planes viajeros y llenos de vida. Sofía la observaba desde las
escaleras, invisible y predatoria, mientras la mexicana se reía con Javier en
el co-working. Su risa era de esas que cortan el aire, cristalina y segura, el
sonido de alguien que no duda de su lugar en el mundo. En ese momento, viendo
cómo Javier se inclinaba hacia ella como una planta hacia la luz, Sofía recordó
su propio plan: el veneno esperándola en el armario, fiel como un amante.