miércoles, 10 de septiembre de 2025

Capítulo I: Suicidio

 Sofía se levanta como todas las mañanas, solo que ese es el día en el que decide que morirá. Compró las pastillas, un veneno -por si las pastillas no vuelven a funcionar-. Quería que quien la encuentre sea la casera usurera y no su mamá o hermana. Ya habían pasado dos días de que no pagaba el alquiler, sabía que su casera iría a tocar su puerta pronto, solo a ella le dará esa imagen, que imaginaba escalofriante: sangre, vómitos, y su cuerpo inerte, con un olor fétido, esperaba que la encontrará después de 3 días.

Ese día almorzó un pan con pollo, su postre favorito y café en su cafetería favorita. Todo estaba de acuerdo con el plan. Esta vez no hablaría con su hermana, tal vez, ella sería la única persona, pensaba, por la que podía seguir viviendo. Por eso, ese día estaría completamente sola. Terminó de leer el libro que amaba Cien años de soledad, y se repetía "no existen segundas oportunidades para personas condenadas a cien años de soledad". Regresó a su cuarto, quedaba cerca de su universidad, en una pensión administrada por una señora con ambiciones grandes e hijos ingratos, que Sofía los llamaba inteligentes si yo tuviera esa madre también me hubiese ido del país. Sofía empezó a ordenar sus cosas, como si de una herencia se tratara: esto para mi hermana, esto otro para Mirian, esa chica que me habló una vez y no me hizo sentir rara. Claramente, no tenía intenciones de dejar una carta, simplemente se iría, pero quería pensar que sus cosas tendrían un futuro mejor que ella.

Aproximadamente a las 5 de la tarde anuncian un mensaje a la nación. Sofía hace mucho que perdió el interés por la política a las justas podía con su vida, pero está vez estaba atenta porque había rumores de una CUARENTENA. A Sofía no le daba miedo estar encerrada, le daba miedo no poder morirse ese día, sabía que su madre llamaría inmediatamente. Su casera no iría a verla y tal vez los que vayan sean su madre y su hermana. Espero el mensaje a la Nación, mientras veía los comentarios conspiracionistas en los grupos de WhatsApp.

“En el mundo ya hay muchos muertos.”

“Es de las peores enfermedades que existen, te mata por falta de oxígeno”

“Nos van a encerrar años”

Sofía aprendió a ser escéptica, la mayoría de mensajes les daba igual, pero otros les parecía hasta idiotas ¿cómo nos van a encerrar años? ¿De qué va a vivir la gente? Luego, se puso a ver videos en YouTube sobre el tema, la situación parecía mala en el otro lado del mundo, se alegraba de haber nacido en un país latinoamericano y no tener que lidiar con guerras, virus raros, y cosas extrañas de ese mundo, lejano para ella.

A las 6:15PM horas salió Vizcarra, presidente del Perú (2018-2020):

“Distintas naciones a tomar decisiones extremas…La cifra de fallecidos es de más de 600000 personas…Pero hay personas que han contraído la enfermedad dentro del territorio…convicción… riesgo… todo nuestro territorio…enfrentarlo…hemos aprobado… y de manera unánime…vigencia de 15 días calendario implica el aislamiento social obligatorio de nuestra población…alimentos…medicinas…servicios funerarios…durante el estado de emergencia quedan restringido…los derechos fundamentales…Se establece que las personas únicamente pueden circular por la vía publica… ”

Los planes de Sofía tenían que ser pospuestos mierda, país de mierda, vida de mierda. Sofía sólo tenía una leche malograda en la nevera y una galleta de avena en su mochila. Desde mañana no podría salir. Agarró una bolsa de mercado y se dirigió al pasillo a comprar lo que fuera para cocinar por dos semanas, lo que duraría la pandemia, solo lo justo para no seguir posponiendo el plan que había hecho desde meses. Se dirigió a la salida del edificio y lo vio, no fue la primera vez que lo veía, pero sí fue la primera vez que lo observó con detenimiento. Estaba bajando el último piso, y Javier tenía una mirada perdida frente a la puerta. Ya había visto esa mirada perdida, pero nunca se preguntó nada respecto a eso, nunca llamó su atención como ese día. Javier tocaba la manecilla de la puerta como saliendo y luego la dejaba para volver a esa mirada perdida. Sofía miraba discretamente, Javier no la notaba, estaba muy perdido en su mente. Sofía se dio cuenta que el cabello de Javier era muy ondulado, casi siempre lo vio con el cabello corto, pero está vez su cabello estaba largo y ondulado. Parece que siempre usa esa chompa verde que combina bastante bien con su piel trigueña. Javier se dio cuenta de que estaba siendo observado. Sofía, empezó a bajar y Javier le abrió la puerta como un acto de caballerosidad, ella solo atinó a sonreír y agradecer. Caminó al mercado sin dejar de pensar en él, ni en su mano de dedos largos en la puerta y esa sonrisa que parecía una coquetería, pero tal vez solo era su imaginación.

Sofía tenía a Javier estancado en su cabeza. Ella siempre tan obsesiva, pero está vez solo esperaba verlo una vez más, solo eso, aún no sabía ni su nombre. Practicaba qué le diría la próxima vez que lo viera: 

- también estudias en San Marcos?

-jaja sí, también odio eso

Miles de conversaciones improvisadas inventadas por ella, por si alguna de esas surgía en su próxima aproximación. Sofía, que nunca aprovechó los lugares comunes del edificio, está vez se encontraba en un área común, en el sótano del edificio, que la casera llamaba "co-working", con mesas y sillas incómodas, adornado de frases que ella sentía estúpidas e inútiles “Tus metas son más grandes que tus miedos”.  Las malditas metas, qué metas se pueden tener ahora, parece que el mundo se acabará en cualquier momento, claro que mis miedos son más grandes que algo que no existe. Pero a Javier nunca lo encontraba, solo esas estúpidas frases.

El tercer día de la pandemia Sofía no podía dormir y sale con su laptop al coworking, se da cuenta del Jesús señalando su corazón. Esto más que un lugar para estudiar o trabajar parece un socavón, todo se ve tan lúgubre, esto parece un cuento de Mariana Enríquez o de Poe. Sofía sigue observando el pasadizo hasta llegar a la parte más iluminada, es cuando ve a Javier, estaba jugando uno de esos juegos en línea. Él apenas notó su presencia, ella se sentó justo al frente de él para que la viera. Ella no sabía lo que estaba haciendo, simplemente tenía un impulso casi suicida por conocerlo. Él solo levantó su cabeza para observarla y decir un "hola", tan tímido, que ella, la más tímida de todas, dijo un "Hola" fuerte, un hola de esas chicas que parecen extrovertidas y felices, con vidas y familias perfectas y resueltas. Cómo podemos decir tanto con un hola. El corazón de Sofía se retorcía como un animal herido dentro de la jaula de sus costillas, y lamentaba ponerse frente a él, su mente era un remolino de pensamiento: No estoy arreglada, seguro piensa que eres horrible, ni siquiera puede mirarte, lo estás incomodando, se nota incómodo. Tú estás incómoda. Todos sus pensamientos se detuvieron cuando él dijo:

¿Estudias en la PUCP?

-No, en San Marcos, estudió Biología ¿Tú?

- En la PUCP, estudió Economía.

Vamos Sofía, habías practicado esa conversación, sabías que decir después de eso. Sofia no dijo nada y no parecía poder decir más. Después de media hora él cerró su laptop y dijo que su nombre es Javier, que vive en el tercer piso. Ella por mecanismo dijo "Mi nombre es Sofía, mi cuarto está en el primer piso, casi al fondo". Javier solo atinó a levantar su laptop e irse de manera cordial. Sofía odiaba haber no aprovechado el momento, pero ya sabía su nombre, el piso en el que vivía y qué tal vez podía encontrarlo nuevamente en el coworking. Desde esa noche Sofía y Javier se encontraban en el coworking, entre 12 a 1 de la madrugada lo esperaba Sofía, Javier bajaba casi religiosamente a las 12:30. Las interacciones se limitaban a conversaciones banales, "cómo estás” “Bien y tú” “Hace frío ¿no?”. Sofía odiaba en esos momentos su timidez. Ella se ponía audífonos y fingía no escuchar nada. Javier a veces jugaba, a veces parecía muy concentrado en cosas que Sofía no entendía. En una de esas noches bajó a la que Sofía llamaba "la mexicana", una estudiante de intercambio de la ciudad de México que le conversaba mucho más a Javier, también a ella, pero odiaba que conversará tanto con Javier, odiaba que ella sí podía hacerlo, y Sofía se congelaba cada vez que Javier la miraba directamente. 

-Parece que esto de la cuarentena no durará solo dos semanas

La mexicana estaba un poco asustada, tenía pasajes para Cusco y Arequipa. La pandemia había arruinado sus planes viajeros y llenos de vida. Sofía la observaba desde las escaleras, invisible y predatoria, mientras la mexicana se reía con Javier en el co-working. Su risa era de esas que cortan el aire, cristalina y segura, el sonido de alguien que no duda de su lugar en el mundo. En ese momento, viendo cómo Javier se inclinaba hacia ella como una planta hacia la luz, Sofía recordó su propio plan: el veneno esperándola en el armario, fiel como un amante.

sábado, 3 de mayo de 2025

Un cuento dentro de una historia.

En el centro del cuarto, los marcos de las fotografías arden con sus juegos, y promesas de viajes a los cosmos. Las llamas son lenguas que lamen los rostros de mis padres, derritiendo sus sonrisas en cera negra. Tú estás allí, junto a la ventana, convirtiéndote en hielo: tus dedos se alargan en estalactitas, tus ojos palidecen hasta volverse blanco sillar. Te pareces a una escultura grotesca de mi madre, que niega la realidad mordiendo el aire con labios violentos. Yo observo, a tres pasos de distancia, mientras mis lágrimas caen al suelo y se congelan en pequeños huevos de cristal. ¿Escuchas cómo crujen bajo mis pies?, quisiera preguntarte. Pero ya no tienes boca para responder.


Podría estar en cualquier lado, en cualquier instante de mi mente, pero decido estar aquí, justo ahí, viendo todo romperse, nuevamente, viendo como los cuadros se queman, como tú te vuelves hielo, y haces una imitación barata de mis padres. Sobre todo, de mi madre, negando la realidad, ignorándome como si algo malo hubiese hecho. Y yo estoy solo a unos metros de ti, llorando como una niña que no quiere que la abandonen ¡Qué imagen tan triste te regale! Sobre todo, a mi padre, tan violentamente silencioso, haciéndome promesas que sabías que no cumplirías, mintiendo solo para quedar bien. 


Recuerdo la noche en que tu risa me perforó el esternón. Era un enjambre de abejas construyendo panales en mis costillas, pero yo lo permití, que hagas de mí, un enjambre que acomodaras tus deseos más oscuros, y salga la miel más agridulce que jamás probé. Me contaste un chiste sobre mi tristeza —¿por qué lloras como si te arrancaran las uñas?— y yo reí, porque el dolor sabía a miel envenenada. Después, cuando te mostré las cicatrices que tu indiferencia talló en mis muslos, dijiste que todas las mujeres éramos escultoras de mentiras. Monstruos de barro, susurraste, mientras tus manos moldearon mi cuello como si fuese arcilla húmeda.


Necesito vomitar esta historia al mundo, no puedo permanecer en mí, me estoy ahogando. Ya me hicieron añicos hace años, eran tantas partes, que nunca logre a volver a ser quien era, y tú sabes que fue lo que pasó. Pero lo que tú hiciste, lo que tú hiciste, no es menos maldad que lo que hicieron ellos. Y tal vez, tengo en parte la culpa, supongo que lo vi. El primer chiste sobre como lloraba, o el segundo sobre como no podía respirar, o tal vez tu apatía con el sufrimiento de otras ¿Sigues creyendo que todas las mujeres que lloran te quieren manipular? ¿realmente algún día serás capaz de conectar con alguna mujer de verdad? ¿Algún día serás valiente, y tendrás conversaciones difíciles?


A los quince años, mi cuerpo se partió en pedazos incontables. Pero enterré las partes más grandes en el jardín donde mi padre fumaba su violencia silenciosa; otro lo arrojé al mar cuando hui de casa. El tercero lo guardaste tú, envuelto en promesas que olían a podrido. Te volveré entera, juraste, pero solo supiste jugar a romperme aún más. En las madrugadas, cuando tu respiración se ahogaba en pesadillas, yo ensayaba palabras afiladas frente al espejo: ¿Crees que soy mi madre? ¿Crees que me quebraré como ella? Mis uñas arañaban el vidrio hasta dibujar grietas que sangraban.


No es que extrañe algo de ese lugar, ese lugar me aterra, no es que extraño algo de ti, creo que te tengo más miedo que colera; y a veces, solo a veces, cuando regreso, te digo todo lo que no dije. Me defiendo, y el miedo se va, porque tú nunca viste esa parte de mí ¿Soy demasiado sensible? No me viste ignorando a mi padre, no me viste diciéndole cosas hirientes a mi madre, no me viste saliendo de mi casa a los 15, no me viste siendo fría con todos luego de una traición ¿Soy demasiado sensible? ¿Creías que podías romperme?


La última vez que te vi, tu nueva amante llevaba mi vestido. Su piel brillaba bajo la luz de la luna, como gelatina fresca. No puedo amar a alguien que me ve como un monstruo, me escupiste, y entonces comprendí: tú también tenías miedo de los cuartos oscuros de mi alma. Aquellos donde guardaba cuchillos hechos de tus mentiras, donde las paredes susurraban nunca fuiste suficiente. Al marcharte, recogí los fragmentos de mí que quedaban y los cosí con alambre de púas. Ahora, cuando respiro, siento cómo oxidan mis pulmones.


No quiero más lágrimas en mi rostro marcado,

nunca busqué ese final, pero el final es lo que fue.

No quise odiarte tanto, ni llenarme de hiel,

mas usaste mis heridas para hundirme en tu edén.

 

Confundiste mi calma con fragilidad ajena,

ignorando la furia que creció en mi cadena.

Soy volcán en silencio, soy mar sin compasión,

pero a ti solo mostré un rincón en penumbra.

Pero a ti solo te mostré mi edén

 

Viví con el miedo atragantado en la voz,

moldeando mi alma para encajar en vos.

Hasta que un día grité: «¿Y mi propio lugar?».

Incomodando tu mentira de amor

 

Le agradezco a ella que rompió mi prisión,

ya no temo a la ausencia ni a tu falsa canción.

Entendí, cuando hiciste lo que sabías que harías,

que usabas mi dolor para fingir valentía.

 

Cuando hacías algo en mí que yo no quería

Y yo osaba enojarme contigo

La victima siempre eras tú

“No puedo estar con alguien que cree que soy un monstruo”

dijiste, y yo supliqué, manchando mi fe.

Caí en tu teatro, mintiendo a mis amigas,

¿Cómo es que tantas cayeron?

 

Juré ser más fuerte que el linaje a mis espaldas,

y aunque sangren las grietas, hoy me alzo sin escalas.

No es que gane la guerra, ni que olvide el ayer:

es que ya no me rindo… Ahora solo vuelvo a nacer.


Regreso a este instante. El fuego ha devorado los retratos, y tú eres solo un charco viscoso en el suelo. Me arrodillo y bebo de tu derretimiento —sabe a sal y traición, la miel se esfumó—. Afuera, el viento arrastra las cenizas de lo que alguna vez amé. Soy más fuerte que ellas, murmuro, mientras mis manos encienden un fósforo nuevo. Mañana, tal vez, construiré algo con los escombros. O quizás dejaré que toda arda hasta que el miedo se vuelva polvo entre mis dientes.

La casa susurra mi nombre en cada habitación, pero ya no respondo. Me he convertido en la arquitecta de este infierno, y en sus llamas escribo esta historia, y cierro la puerta. Nadie más puede entrar.


miércoles, 2 de abril de 2025

La Poeta de porcelana

 "It's like all of my life everyone has always told me you're a shoe, you're a shoe, you're a shoe, you're a shoe, and then today, I just stopped and I said, what if I don't want to be a shoe? what if I want to be a purse, you know, or a hat?"- Rachel Green


En una casa de espejos y secretos, Clara existió como un escrito hecho por otros. Su piel, de porcelana; lisa, luminosa, sin fisuras, conservaba las huellas de quienes la moldearon: las uñas lacadas de su madre grabando decoro en sus clavículas y huesos salientes de la espalda, el aliento de pretendientes empañando su corazón de vidrio con expectativas y fisuras, las agujas de la sociedad cosiendo sus labios. Hablaba entre comillas, con voz prestada. Una mujer es un jarrón, susurraban, hecho para contener rosas sin espinas.

Pero la poesía agrieta, y clara estaba hecha de poesía, ella era poeta, solo que ejercía en su mente. La primera fractura llegó en el baile de otoño, algunos los llaman quinceañeros, mientras su madre ajustaba un corsé a Clara —Eres mi reflejo, mientras más delgada mejor, mientras más bella mejor—. “Sonríe, niña”, le dijo su padre mientras se burlaba de sus rodillas chuecas, “pero no demasiado, puede que un hombre te vea”, susurró los mismos que cosían su boca. Clara obedeció, hasta que su pómulo se partió con un sonido de hielo desgajándose. Una fisura trepó hacia su ojo, destilando no sangre, sino una resina luminiscente. Los expectantes jadearon, se burlaban, diciendo “no llegará muy lejos”. Su padre apretó un pañuelo contra la herida, murmurando conjuros: vergüenza, reparación, silencio.


Esa noche, Clara soñó con volcanes y ciudades grandes, pero sabía lo que ella era: Un simple escrito de la sociedad, la violencia de su niñez la condenaba, el peso de sus generaciones pasadas la marcaban; ella solo era un número más. Clara despertó con el cuerpo zumbando, un enjambre de fracturas, se tocaba para que nadie la vea en ese estado. Esa noche Clara escuchó murmullos de todas partes, — (sé pequeña, sé dulce, sé quieta) (sé valiente, se fuerte, no llores) (sé pequeña, sé dulce, sé quieta) (No lo intentes, terminarás igual que tu madre) (Mata la sintaxis que te obligaron seguir) (sé pequeña, sé dulce, sé quieta) (Sé el poema que siempre quisiste ser) (No eres rojo y negro, no eres serpiente, no eres la que terminará mal) (Terminarás con un hombre igual que tu padre)— Un grito desesperado interrumpió la casa de espejos y  secretos — ¡¡Basta!! —  Era Clara gritando, era Clara enojada, llorando, riendo alto, era Clara sin los modales de su madre, sin la sumisión a la que su padre la condenó, sus sonidos hicieron que el vestido de cristal se desprenda de ella. Su torso era un mosaico, cada fragmento un mandato fosilizado (sé pequeña, sé dulce, sé quieta). Clavó una uña en las grietas— No puedo ser más ella—. La porcelana se desprendió como cáscara de huevo, revelando una carne del color de la escoria, fundida y rugiente. Dolía. Ardía. Se rio, un sonido gutural que le incendió la garganta.


El renacimiento no es delicado, es monstruoso y a la vez hermoso. Clara arañó su coraza, los trozos cortándole las palmas al caer. Bajo ellos, su nueva piel se endureció —hierro entrelazado con obsidiana, una geografía de cicatrices y terquedad brillante—. Su cabello se enredó en humo negro, sus ojos eran del color de la tierra. Cuando su padre la encontró, la casa de espejos y secretos era un páramo de porcelana hecha añicos y orquídeas violáceas floreciendo entre los escombros. “Monstruo”, escupió el hombre, aferrando sus estampitas de san martin de Porres y del niño jesús. Clara sonrió, esta vez con todos los dientes. “No”, corrigió, su voz un derrumbe. “¿Quién es ella?”.


Hoy desayuné granates, escupí clavos en los espejos, siembro mi voz en los escombros, y de vez en cuando aterro a los mismos que me cocieron la boca. Visitó a las aún no libres, como una voladora de escarlata. Ahora crezco voraz, como una maraña de uvas fermentada y cantos de brujas. Algunas noches, visito la plaza de brujas, donde nos miramos, y nos sentimos nuestras, nos apoyamos y limpiamos las corazas de obsidiana de otras. Hacemos canticos dentro, un tambor gritando: romper, rugir, levantarse. Nos marchan con grietas en las mejillas, porque el pasado pasó, pero no se borra, y nos recuerdan que aún hay presas, pero nuestras lágrimas son de ópalo reluciendo, y  siempre me recuerda que ahora soy ella; libre, reluciente, eligiéndome.

jueves, 13 de marzo de 2025

Esto ya no me pertenece

Antes de irme, un cuento. Los protagonistas de esta historia solían burlarse de que "cualquiera puede publicar sus cuentos y poemas en estos tiempos", así que lo haré por este medio. 

Es la historia de dos compañeros de trabajo: P y C. Lamentablemente, C tenía enamorada, así que esta trágica historia de amor no podía consumarse. C luchaba contra sus emociones, porque D –su enamorada– le proporcionaba todo lo que un hombre de los años 50 podría desear: le limpiaba la casa, le lavaba los platos, le daba un hogar bastante decente para lo que él realmente ganaba. Incluso, D pagaba la mitad del alquiler del departamento, aunque C tenía una habitación enorme y un baño solo para él. C hacía chistes crueles, como cuando decía "comida gratis", porque sí, D también le cocinaba.  

Pero P y C continuaron interactuando. D empezó a preocuparse: él ya se había burlado antes de sus lágrimas, pero ahora ni siquiera se molestaba en hacerlo. Se volvió distante, más frío, más cruel. Sus chistes ya no eran sobre temas triviales, ahora se metían con los problemas familiares de D.  

D le exigió respuestas.  

—¿C, me debo preocupar por P? ¿Te gusta o te atrae?  

—No, solo es una amiga. Sabes que no me meto con amigas. No me parece bonita, no me atrae.  

Sin embargo, en la oficina todos notaban la chispa entre P y C. Digamos "chispa" para hacer esto más romántico, porque en el amor todo vale. La gente los molestaba con insinuaciones cada vez más evidentes. Pero C insistía: "No me conoces". "P es solo una amiga".  

D, desconcertada, pidió conocer a los amigos de oficina de C. No entendía por qué él se negaba tanto. Para su sorpresa, una noche C llevó a P y otro compañero a su departamento. D intentó ser amable. Les sirvió vino, les ofreció algo de comer. Sonrió incluso cuando P se mostró "linda" con ella.  

El departamento estaba en venta. C y D planeaban mudarse, pero él ya tenía decidido irse del país por un año. Cada uno buscaba lugares distintos. Pero entonces, en un arranque inesperado, C le dijo:  

—¿Y si compramos el departamento?  

D pensó que era una locura, que lo decía en broma. Pero aún así, se ilusionó. Por un instante, creyó que el C de antes había regresado: el que le decía "tú vales todo el esfuerzo", el que la abrazaba, el que la hacía reír. Como la llovizna en Lima: tenue, casi imperceptible, pero presente.  

Dos semanas después, C terminó con D. De la manera más inesperada.  

—¿Por qué? —preguntó D, una y otra vez.  

Pero C nunca respondió con la verdad. No podía decir "Me enamoré de P y te estoy engañando", porque eso arruinaría lo que él tanto decía odiar: el "amor romántico".  

D fue ingenua. Nunca se había abierto tanto con alguien. A él le contó cosas que no le había contado a nadie. Y él, al principio, la trató como un juguete nuevo. Fue encantador. D, que no bajaba la guardia con cualquiera, lo hizo porque él supo decir las palabras clave: "Tú vales el esfuerzo". Fue él quien insistió en una relación seria. Él quien dijo "te amo". Él quien la conoció intensa y decía amar eso.  

Pero a él le gustaban los cuentos de hadas. Y D ya no era parte de esa historia.  

Después de días de súplicas innecesarias, C la ignoró. Mientras ella lloraba, él jugaba DOTA.  

—Ya terminamos —repetía.  

El corazón de D terminó de romperse cuando él dijo:  

—Sé que te puede parecer raro porque estuviste dando más en esta relación.  

D se alejó. Decidió no saber más de él.  

En julio, medio mes después de la ruptura, una amiga la llamó. Lo había visto con P.  

D sonrió con amargura. Sus sospechas eran ciertas. No estaba loca. Bueno, tal vez sí, pero no en esto. Con él fue alguien que ni ella misma conocía.  

Fue un gran cierre saber que, al final, C y P tendrían su "y vivieron felices por siempre".

Epílogo 

Una lástima que P no sepa que él es así. Que al inicio es un encanto, pero cuando te acercas demasiado, te descarta. Una lástima que no sepa que D no fue la primera. Que hubo otras antes de ella. Que C tendrá muchas "amigas de trabajo". Y que, así como lo hizo con D, buscará los errores de P para irse con la próxima.  

Dedicado al hombre más pequeño del mundo.

domingo, 12 de enero de 2025

Duelo incompleto

 

*

Desperté, aún no había sol por la ventana, y solo veía la sombra de mi ropa en la silla. Creí que estaba asustada o lloraba, pero me toque la cara y no había lágrimas, me toque el pecho, y latía con normalidad. Volví a esa emoción, si la puedo llamar así ¿Cuánto tiempo voy con esa sensación? Él se fue hace cuatro meses y yo no he llorado, yo no he vuelto a gritar, yo nada.

Solo fue ese primer día, ese primer día en que puse hasta el alma en alquiler para que él se quedara. Se marchó, dijo algo sobre “conocer nuevas personas”, y no lograba entender cómo es que en la mañana él era otra persona, alguien que dijo que me amaba; y esa misma noche fue otra, una totalmente indiferente, una totalmente cruel, utilizó todos mis miedos y me vio suplicar, pero ni siquiera intentó calmar mis suplicas con la verdad, ni siquiera por el amor que dijo alguna vez tener. Supliqué y lloré, creo que me quedé sin voz de tanto gritar. Nunca volteó, creo que le daba miedo ver todo el desastre que dejó, pero si volteaba solo iba a ver a una mujer parada viendo la nada.  Él dijo algo sobre “siempre estás triste”, pero yo lo conocí a él triste. La última suplica que hice, y él rompió un corazón que ya se encontraba frágil de hace años. Le dije algo sobre “solo dime la verdad”, pero él era un hombre tan pequeño para enfrentar una verdad, sobre todo si es una suya.  

Intente odiarlo, y fue en vano, merecía mi odio, al menos unos meses, pero de mi boca no salía nada sobre esa noche. Si preguntaban, solo decía “no sé cómo acabó”, y seguía con mi vida. Los tiempos se habían congelado y mis emociones también. A veces él regresaba como una pesadilla no resuelta, solo en sueños puedo sentir todo el dolor, la cólera, la confusión, pero despertaba y volvía a la nada.

Por consejos de amigos, intente escribirle una carta sin enviar, y la narrativa era que yo era la culpable por no cuidarlo lo suficiente, por no apoyarlo lo suficiente, por eso él se fue con otra. Para ese entonces, ya una amiga los había visto. Increíblemente, no sentí nada. Mientras escribía la carta, como si fuese un proyecto de tesis, enlistaba las posibles hipótesis del final de la relación, como si la relación que tuvimos fuese un experimento, y yo la investigadora objetiva. Cuando la hipótesis con más argumentos era que “la enamorada” se imaginó todo, salían los contra argumentos:  Él habló sobre comprar un departamento juntos (unas semanas antes de terminar), de viajar juntos, de tantas cosas. Esa carta tuvo muchas hipótesis, y la que decidí creer, por mera fe y no por epistemología, fue que yo era la culpable. Todas esas cosas lindas que él dijo solo eran psicofonías en mis sueños, en el mundo real yo seguía siendo la persona que solía ser. Toda la culpa, odio, tristeza y todo el dolor estaba en mis sueños.

Empecé a tener miedo a dormir, a veces creía que la nada era mejor, pero cuando mi hermana me abrazaba y no sentía nada, era extraño “raro”, cómo él solía decir. Una vez dijo “tus abrazos no me hacen sentir nada” ¿a eso se refería? ¿él vivía así? Sentí un poco de pena por él, pero luego se cayó uno de los cuadros y solo miré. Mi hermana se apresuró en recogerlo. Yo la veía un poco incomoda, tal vez preocupada, yo no decía nada. Llegaba la hora de dormir y lo alargaba lo más posible, leía libros de terror, para tener pesadillas sobre fantasmas, demonios lo que sea que les dé miedo a las personas de hoy. Pero dormía, y mis pesadillas eran él, él incompleto, él sin decir nada, siendo una estatua fría y blanca. Despertaba porque su estatua se empezaba a mover y en dirección contraria a la mía. En algunas pesadillas revivía un viaje, pero él me decía que se iba, pero no era él, era su boca, su rostro, pero sus ojos eran huecos. Y yo no dejaba de ver el vacío dentro de él. Despertaba y pensé que podía llorar, lo intentaba, ponía una canción que me recuerde a él, que me recuerde que yo solía sentir todo con mucha intensidad, pero nada, todo era en vano. Segundos de desesperación, y luego otra vez la nada. Escribí poemas en los que se reflejaba espasmos de querer sentir algo, pensé en mis comportamientos autodestructivos de mi adolescencia, pero salir con otros hombres no era suficiente para sentir algo. Vi las cicatrices de cortes antiguos, de cuando sentía mucho y solo quería sentir un dolor físico y no emocional ¿él se llevó todas mis emociones?  Sentí tanto en tan poco tiempo, que para los 30 ya no tenía nada. Ese es un pensamiento tan infantil, como solía ser. 

Las responsabilidades llamaban, y para el mundo mi sentir “nada” era funcional, nunca trabajé tanto, nunca hice mejor las cosas, hacía deporte, si estaba despierta todo estaba bien; dormir era el problema. Decidí dejar de dormir, no me podía dar el lujo de extrañar sentir.

**

Leí que un ser humano no puede dejar dormir eternamente, pero leí sobre las fases de sueño, cuando entro a la fase en la que empiezo a soñar la alarma suena. Duermo intermitentemente, y tomo mucho café. Los días pasan como si fuesen algo, algo que ya no conozco.

*******

Llevo unas semanas sin dormir. Vapor, dispersándose apenas entran en contacto con el aire. Vivo entre esos momentos fugaces en los que mis ojos caen de sueño, pero todo se convierte en una mezcla de cansancio y vacío. El cuerpo sigue en su rutina, pero mi mente ya no. Ya no me importa lo que pase fuera de mí, porque todo parece igual, como si los colores de la vida se hubieran desvanecido.

He aprendido a ser funcional, pero no a sentir. He dejado de ser una persona que recuerda el calor de los abrazos, el sabor de las palabras dulces, o incluso la amargura de un grito. He dejado de ser alguien que tiene miedo, porque el miedo a sentir ya no existe. Lo que quedó de mí es una cáscara vacía que solo sigue haciendo, como si estuviera jugando un papel que ni siquiera le pertenece.

Y él, que alguna vez fue el epicentro de todo lo que conocí, ya no es más que una figura borrosa en mis recuerdos. Algunas veces creo ver sus ojos en los espejos, esos ojos vacíos, y me pregunto si alguna vez los vi llenos de algo, o si fue todo un engaño, un espejismo que me fabriqué para no estar sola.

En mis sueños ahora él es un espectro, una sombra blanca que nunca habla. Y cuando se mueve, lo hace con esa lentitud que me congela, como si tratara de hablarme, pero sus labios nunca pronuncian palabra. Solo el vacío se convierte en su respuesta.

Ya no soy capaz de sentir ese dolor, ni siquiera ese odio que alguna vez me habría quemado por dentro. Estoy atrapada en un lugar en el que el tiempo se ha detenido y mi cuerpo sigue como una máquina, como un reloj que avanza sin tregua, sin detenerse a revisar si sus piezas aún tienen sentido.

Hoy, por primera vez en mucho tiempo, me siento capaz de escribir, pero no sobre él. Escribo sobre mí, sobre el eco de lo que fui y lo que ya no soy. Y lo único que puedo decir es que, en este mundo de sombras y ausencias, ser la nada ha dejado de ser tan doloroso. Porque la nada ya no duele. La nada simplemente es.

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A veces, me despierto en medio de la noche y la memoria de él me golpea de tal forma que me cuesta distinguir si fue real o si la pandemia me lo inventó, como si el encierro hubiera sido un terreno fértil para dar vida a todos esos fantasmas que ahora me rondan. ¿Qué es lo que me sigue atando a él, si no sé ni siquiera si existió de verdad?

Lo único que recuerdo con claridad es cómo se desvaneció en mi vida, en silencio, como si la realidad misma hubiera decidido tragárselo. Pero, ¿era él el que se fue? ¿O fui yo quien desapareció, que me quedé con la forma de su ausencia, que empecé a inventarlo en la quietud del confinamiento? ¿De verdad lo vi alguna vez o era solo una proyección de mis días sin terminar? No sé, ya no lo sé. Es como si la distancia entre lo que fue y lo que ya no es se hubiera disuelto en la niebla que cargamos todos durante esos meses largos, esos meses en los que el mundo entero se cerró y yo me quedé buscando algo que me diera sentido. Y ahí, en esa oscuridad, él apareció o se deslizó, como un animal nocturno, como un espejismo. Ahora lo dudo. Dudo de él, de su olor, de su risa, de su manera de decir mi nombre. ¿De verdad existió o lo inventé para no quedar completamente vacía?

He querido escribirle, lo he intentado tantas veces. Escribo y borro, repito, como si darle forma a esa carta pudiera devolverme algo, algún pedazo de lo que supuse que era amor, o lo que sea que creí que viví. Pero al escribirle, me detengo. Porque no estoy segura de si él aún vive, si está ahí afuera o si es un eco, una sombra que ya no tiene cuerpo. ¿Lo buscaría? ¿Dónde lo buscaría? Ya no sé en qué mundo vivimos.

La pandemia se tragó tantas cosas, entre ellas mis sueños, y los devolvió en pesadillas. Nos convirtió en espectros, a todos. Y cuando pienso en él, en cómo hablaba de futuro, de proyectos, de promesas que ahora no puedo entender, me pregunto si todo eso también fue solo un delirio de cuarentena, un arrebato de necesidad, un intento de llenar vacíos. Quizás, quizás nunca fue real. Quizás nunca estuvo ahí y yo solo lo soñé en medio de los días repetidos y las horas vacías, en esa época en la que el tiempo no existía y las fronteras entre lo que era y lo que no era se difuminaban.

Me siento en mi escritorio ahora, con la luz tenue del atardecer colándose por la ventana. Frente a mí, la carta está allí, con su inicio torpe, con las palabras que no sé si dirigen a un fantasma o a alguien que jamás estuvo en mi vida de verdad. ¿Y si nunca existió? Me repito la pregunta en la cabeza mientras miro la página vacía. A lo mejor nunca existió, a lo mejor todo fue parte de la confusión de esos días de encierro, de los días en los que todo se desdibujaba y nos quedábamos esperando, como si el mundo fuera a devolvernos lo que perdimos, o a darnos algo más que promesas rotas.

Así que escribo, sin saber si es para él o para mí, sin saber si alguna vez le llegará la carta, si siquiera existe un destinatario, es más que un gesto vacío. Quizás solo sea un intento de aferrarme a algo, a una idea, a una persona, a un sentimiento que nunca entendí del todo, pero que por alguna razón me sigue persiguiendo. Y tal vez, al final, eso es todo lo que queda: la necesidad de aferrarme a algo que nunca fue real.


Poemas del confinamiento:

Poema 1

Lo revivo, estoy ahí,
Parada frente a ti.
Señalo a mi verdugo, otra vez,
Lo señalo y lo amo
"Eso salvará mi alma perdida"

Lo veo, tiene la misma indiferencia.
Al final, nada me salvará
Tiene un solo cometido
Ofrezco otros sentidos
"Por favor, mi don de amar no"

Lo abrazo y lo amo,
Eso salvara mi alma perdida
Lo veo con su dedos largos y puntiagudos
Lo veo con su puño, sus balas y sus silencios.
Hace el primer tajo.

Me aferro a lo que me queda, la nada.
Pero la misma herida vuelve a estar abierta,
Dejando huellas de un gran amor
Las aves empiezan a cantar
"Por favor, mi don de amar no"

miércoles, 11 de diciembre de 2024

Salvatore y Buenos Aires

Ella juega a perderse, pero él la encontraba sin intentarlo. La primera vez que se vieron, él llevaba el cabello corto, renegaba por un concierto mal hecho, un viejo hecho joven y un amigo molestoso. Ella llevaba un listón blanco en su cabello, y estaba perdida en su mente y en la multitud. El amigo molestoso los presentó, pero ni uno de los dos se tomaron importancia. Otra persona más, alguien más a quien conocer, no gracias.

Pasaron años para verse por segunda vez. Él dice que la vio en sueños antes de esa segunda vez, pero no estaba seguro si era ella. No pasó escribiendo en baños “ojos de perro azul”, pero si ponía canciones en su Instagram, para ver si ella lo encontraba. -el romanticismo murió con el internet, eso dijo él-. Ella estaba distraída en amores de un día, pero le escribía cartas, contándole sobre esos amores, sobre cómo deseaba que él fuese la primera vez que la viera. Para ella el romanticismo es algo que se guarda bajo una portada de un cuaderno Justus. Y claro, ella no sabía que ya se habían conocido - las mejores historias aún no son contadas, eso dijo ella-.

Las probabilidades estuvieron a su favor hace muchos años, las mismas aulas, siempre los mismos amigos, siempre rodeados de las mismas personas, pero ellos dos no se miraban. Pero esta vez, todo estaba en contra, ella estaría en la ciudad en la que ahora vivía él , pero solo unos cinco días ¿Cuál era la probabilidad de encontrarse? Él estaba ocupado en sus días de rutina construidas en esa ciudad. Ella estaba perdiéndose y encontrándose contantemente.

Ella viajó a Buenos Aires para olvidarse quien fue los últimos tres años, e intentar recuperar lo que alguna vez ella fue hace muchos años, cuando la vida parecía más corta de lo que era en ese entonces, antes de que el papel tapiz de un departamento de Lince le contara que ella era una prisionera, que los roles de género ya estaban en el color de su piel. Él viajó ya hace unos meses, para hacer una vida allá, una vida que buscaba en cada esquina y en cada calle. Ella seguía perdida, pero disfrutaba estar perdida en una nueva ciudad y encontrar partes de ella en un museo, en una feria, en un cuadro y volverse a perder.

Ella tenía que tomar el tren a las 10:15AM horas de Argentina. Él salía de un voluntariado a las 10:00 AM horas Argentina. El voluntariado estaba justo al frente de la estación Retiro, en la villa 31. Ella entró a la estación Retiro justo a las 10AM, nunca había visto algo igual, se perdió en los cuadros, en la estructura. Cuando vio la hora ya había pasado la hora en la que el tren pasaba, tuvo que esperar otro “en media hora” le dijeron. Ella salió para ver un poco más de esa estación fundada hace años por arquitectos de otro país, y pensando que algún día vería muchas estaciones así en algún otro viaje, aún más lejos del lugar en el que nació. La versión de ella de 15 años ni siquiera pensaba llegar a ese lugar, seguro que esa versión no sabía lo que aún le esperaba. Él la reconoció de lejos, estaba cambiada, pero era ella, no la que la presentó su amigo molestoso, sino con la que soñaba de vez en cuando. Se acercó hacía ella, y ella inmediatamente lo reconoció: estaba con el cabello largo, una sonrisa que no tenía la primera vez que lo conoció, y la trató como si la conociera de años. Ella le contó sobre su viaje a Buenos Aires, sobre lo bonita que era la estación y que ese era el último día que estaría en Buenos Aires. Él le contó la historia de la estación, los porqués detrás de su forma. Y como si se tratara de dos viejos amigos se acompañaron todo ese día. Él no tenía nada más que hacer – o eso dijo él-, y para ella ese era su último día en esa ciudad – o eso dijo ella-.

martes, 27 de diciembre de 2022

No fue una pesadilla

 Entre pesadillas, alguien me perseguía, nuevamente yo huía sin saber bien quién era aún, temía que me hiciera lo peor, eso que ni a una mujer soltera se le puede hacer. El que me perseguía se reía en voz alta diciendo “te voy a encontrar”. Vi un hueco debajo de la escalera y me escondí. Pasaron unos minutos y ya no lo escuché, salí para ver si se había ido y sentí un calor profundo dentro de la sien, caí lentamente mientras vi los pasos de ese hombre alejándose, sentí mi sangre recorrer mi mejilla y me sentía inerte, sin vida, sin voz para contar lo que me había pasado. Desperté de golpe, aún sintiendo el dolor en la cabeza, corrí y abrí la puerta de mi cuarto y me fui al cuarto de mamá, entré y grité: Ma, mami, me mataron, me dispararon en la cabeza, fue tu primo, por favor, que ya no venga. 

Mi madre, me dijo “fue solo una pesadilla, hijita, vamos a dormir, si quieres puedes dormir aquí hoy”. Yo le seguía diciendo que no fue una pesadilla que realmente me mataron. Mi madre me abrazo e hizo que me echara en su cama. Fue tan acogedor volver a sentirme segura que solo dormí.

En la mañana siguiente me despertó los gritos de mi madre, ella estaba en mi cuarto, viendo horrorizada lo que hicieron con mi cuerpo. No fue una bala, fueron golpes en la cabeza hasta que terminé desangrada. Su primo, “el que venía de visita no' mas”, me tapo la boca y amarró mis manos, pero yo no me quedaba quieta para que me hiciera eso que no se le hace a una mujer soltera, por eso me golpeo hasta la muerte.

Entre al cuarto y le dije a mi mamá “ya ves, ma, te dije que no fue una pesadilla”, pero ella ya no podía escucharme.


Por Dessiré Tito

viernes, 11 de noviembre de 2022

Desamarte

Despierto de madrugada, fue una pesadilla, pero lo primero  que pienso es en tu lejanía. La pesadilla es como las de siempre, me persiguen y yo intento escapar, buscando ayuda, pero siempre termino sola y alcanzable. La pesadilla me recuerda a tu abrazo, en esas noches en las que al despertar me decías que todo estará bien, que siga durmiendo. Yo me acurrucaba en tu pecho y volvía a dormir. Todo cambió. Ahora me despierto sola y la cama es inmensa.  Voy al baño a “despejarme”, pero es en vano, sé que no volveré a dormir. Me preparo una taza de manzanilla, mientras agarro un libro, el primero que esté a mi lado. No puedo leerlo, voy de libro en libro hasta llegar a Wilde. El ruiseñor y la rosa parece ser un cuento escrito en mis paredes, siempre llego a él.  Lloro un poco. 

Después de dar varias vueltas en la cama, me vuelvo a parar, abro la laptop e intento matarte con prosa, con lo mejor de mis versos, pero con cada cuento, con cada maldito poema te haces un poco más inmortal, como si esa palabra tuviera matices. Escucho música, de esas que odiabas, intento odiarte. Te hablo en mi mente: “Si tú hubieses apostado por nosotros, si tú me hubieses dicho que quieres estar conmigo, en cualquier lado, pero conmigo; yo hubiese hecho las maletas, me hubiese mudado al país más liberal y racista del mundo, me hubiese esforzado el doble para estar donde tú estás. Pero no fue así. Yo miré un mundo contigo, y no me imaginaba otro tipo de mundo. Te imaginé llorando mientras me veías entrar con un vestido de novia, y yo llorar contigo”. Su foto aún está en mi mesa de noche, Su poema aún está escrito en mi pared; pienso en sacarlo – como todas las noches- pero temo que te vayas, que en serio te vayas del todo; que sea el inicio de mi vida sin ti. Voy a la cocina, ya no aguanto mi cuarto. Me preparo un café, mientras muerdo mis uñas. La luz empieza a notarse entre las cortinas. Veo la cafetera y recuerdo el café que preparabas en las mañanas, tu estrategia para despertarme y, alguna vez, llegar temprano al trabajo. El café parece perder significado sin ti, el arte empieza a perder significado.  El día será horrible, pero me centro en el presente; cómo diablos pasar la noche. Te mataré con prosa o nunca te irás. Capturar el instante y dejarte ir. Vuelvo a abrir la laptop con el café en mano, tomo un sorbo y me sabe a nada. Me quiero despedir y a la vez pedirte que me lleves, que me lleves a donde tú estás. Mi despedida sabe a súplica, y es inevitable:  

Quiero volver al salón de estudio de letras, verte entrar con dos tazas de café, que te diga que es el peor café del mundo mientras me quemo la lengua con él. Que saques un chocolate sorpresa, que en su etiqueta diga: producto andino, que me digas que tú también eres un producto andino y yo coloque la etiqueta del chocolate en tu frente. Jugar y descubrir lo común en una persona, quiero que me vuelvas a hablar de arte, quiero que me cuentes cuentos cuando no pueda dormir. Quiero sentir que una banca es un país entero nuevamente, que me digas que tengo el título de dictadora de ese país – en ese país ya superaron la etapa feudal- , que podría ser la mayor genocida del mundo; mataría al 50% de la población si te doy un beso. Quiero que me digas que la forma de mis labios es como los labios deben de ser, que comamos juntos un postre y no queramos que acabe; el que se lo termina pierde. Quiero que me hables sobre los filósofos existencialistas y me asombre sobre tu entendimiento de la vida. Quiero escuchar tu risa estruendosa y sentir que ese día estaba completo. Quiero que vuelvas a hacerme el amor sin tocarme, luego te emociones y llores: sentirme malditamente especial, malditamente bella. Descubrir que llorar está bien, incluso cuando estás feliz.  Que me digas que provengo de las uvas, que mi alma se rompa y que tú me hagas un poema para reconstruirlo. Quiero dibujarte, mientras estudias microeconomía, mientras los ojos te brillan por ese estudio innovador con las cosas locas en estadística. Quiero ir a ese momento en el que me hacías los mejores cafés del mundo, quiero volver a pensar que eres el mejor barista en una noche de estudios. Quiero que mis pesadillas sean calmadas con tus susurros. Quiero escucharte cantar y tocar la guitarra, quiero que toques el piano mientras leo una novela. Quiero que leas mis cuentos y me digas que soy una buena escritora. Quiero que leas esto y mientras lo lees, mis recuerdos se vayan contigo, ya no los soporto conmigo: Me hacen daño, me torturan noche tras noche, me disparan sin matar. El desamarte está siendo más allá del amor, es poesía, y está rompiendo pedazos de mí y me temo que esos pedazos nunca volveran*.

*Ars Poética-Montserrat Alvárez La poesía debe ser como el amor,
asunto raro de bichos raros de largos dedos
sensitivos
La poesía debe ser como el amor,
refinada y violenta
y que haga daño y muerda
sin llegar a romperse
ni a romper
Pero a veces la poesía debe llegar más lejos
que el amor
y más lejos que todo
Y romper cosas.

lunes, 16 de agosto de 2021

Reproches

Quisiera construir aquel poema
en el que se mata a la tristeza,
en el que la belleza no se describe.
Y las gentes tienen rico perfume

Quisiera construir un mundo mejor
a base de palabras, a base de poemas
Que mi fusil sea una nota
producida por un peine y un tarro de leche
en un bus que se dirige al cono sur

Y que mis metáforas sean feik nius
Que envuelve a personas
Y que las personas miren mis poemas
Y crean en mis feik nius

Quisiera cambiar el pasado de mis padres
De mis abuelos, y de todas las gentes
Cambiar todo ese dolor, convertirlo en canciones
Quisiera que mi hermano no cargue sus dolores,
Nuestros dolores.

Pero mis acciones son tan cortas,
Tan ancho es mi odio, y tan ajeno mi perdón
Tanto exijo, pero cuánta inacción.
Tanto anhelo, ¡pero qué cansada estoy!

Dessiré

viernes, 4 de junio de 2021

Capitulo 12.

 O: Es solo que a veces esa sensación regresa, como si estuvieras a punto de saltar a un abismo. Te has alejado tantas veces de ese mismo abismo y todos los caminos te devuelven a él, nuevamente, como si fuese inevitable, como si las personas que dijeron que acabarías saltando tuvieran razón. No sé desde cuándo, tal vez desde los 13. Ni siquiera sé cuál fue mi primera obsesión, mi primer corte, la primera cachetada que me di, ni la primera paranoia que tuve ¿El primer ataque de ira? No, tampoco lo recuerdo, solo recuerdo todos esos rostros a los que destruí, la culpa no desaparece. Estoy tan cansada de correr en contra del abismo que solo quiero descansar. Siento una gran atracción por saber que se siente dormir bien ¿Qué pasa si salto? He saltado antes, pero siempre hubo alguien que me hacía quedar, pero no quiero a alguien en mi vida para salvarme, quiero no regresar al abismo, quiero pensar una vida sin ver ese maldito abismo.

L: ...

O: Sí, ya lo sé, los existencialistas franceses tienen razón en decir que "somos lo que hacemos con lo que hicieron de nosotros". Gracias por recordarme todas las cosas bonitas que hice en el pasado, no es una duda de mi fortaleza ¿sabes? es más algo de resistencia, de odios no cobrados que no es tan fácil dejar ir y que cuesta seguir llevándolos.

L: ...

O: Me gustaría ser todo eso que piensas de mí. Somos tan parecidos, pero tú tuviste una familia. A  veces me imagino otra yo- con adultos que la protegieran, es triste, lo sé, pero es el cuento que me cuento para poder dormir ¡Rayos! las cosas que haría esa tipa. Tal vez la mujer que crees que soy es esa versión mía sin todos esos problemas encima. 

L: ...

O: jajaja solo llego a artistoide, escribo cada vez menos, y nunca logro aprender a tocar un instrumento ¡vamos! que hasta en eso me ganas. Sí ya sé que no todo es competencia, pero aceptemos que no soy la mejor ni en aquello que realmente me gusta. A veces tengo toda la energía, a veces solo quiero desaparecer. 

L: Se que estas cansada. Quizás no seas todo lo que pienso de ti, quizás lo fuiste, quizás lo serás. Pero si has hecho de todas maneras todo lo que te he visto hacer. Has escrito todas las palabras que he leído de ti. Sé que cansa cargar una piedra enorme por mucho tiempo ¿Recuerdas al Sísifo feliz? pues yo creo que no siempre puede estarlo. No está mal descansar, no está mal no tener siempre respuestas. Ni si quiera debemos sentir temor o pena por no tener las palabras adecuadas que ofrecer, en momentos como estos, en los que quizás este abrazo sea lo mejor que te puedo dar.


[la abraza]

jueves, 3 de junio de 2021

Capitulo 1.

Leo y Ofelia terminaron el 23 de junio por diferencias inexplicables. Sus similitudes eran muy evidentes, por eso me cuesta entender las diferencias que los separaron. Duraron un poco más de dos años: otoños hermosos, pero ningún verano. 

Se vieron por primera vez cuando coincidieron en la clase de una escuela de idiomas, pero nunca se presentaron. Cruzaron palabras, pero no fue en su idioma. Estudiaban en la misma universidad, se reconocían una que otra vez, pero ninguno se atrevió a hablarse. Ambos con miles de cosas en la cabeza que se callaban cuando uno pasaba al frente del otro.  Él pensaba: esa es la señorita que siempre tiene un libro de Wilde que parece una biblia. Ella pensaba: él es el chico que puede hablar de la muerte sin reparos. Cuando pasaba ese minuto de coincidencias, ambos seguían con sus vidas. 

Después de reconocerse por un año en la misma universidad, en la misma sala de estudios, en la misma librería “Libro viejo”, en las mismas exposiciones y hasta en las mismas marchas; ella tomó la iniciativa de hablarle. Lo vio mirando una pintura en la exposición temporal de los estudiantes de arte de su universidad. Se paró justo detrás de él, observando como él veía la pintura. Le preguntó qué le parecía. Él  bastante seguro de sí, dijo que se nota que la exposición es de estudiantes de primeros ciclos,  en especial el que tenía en frente. Ella lo tomó como un insulto a la pintura y algo de arrogancia por parte de él. Leo trató de volver a explicarse -Se nota por el ímpetu, todas las ganas de romper cosas, de la vehemencia de un artista, pero por falta de una técnica sólida esa vehemencia está esparcida y se pierde- Se quedaron hablando sobre la pintura durante varios minutos y otros temas extrapolados de la pintura, como si ambos supieran de lo que estaban hablando, como si fueran expertos en arte y otras cosas de las emociones  humanas, hasta que ella le reveló su nombre:

-Por cierto, mi nombre es Ofelia Bustamante, la autora de la pintura- Leo miró la descripción de la pintura, su rostro se descompuso por unos segundos. Se estaba sintiendo avergonzado. Habló dos horas como si conociera a la artista detrás del cuadro. Ofelia le sonrió. 

-No te preocupes, acertaste en un 50% sobre las cosas que me contaste sobre mí, pero me asustaste. Debo dejar de poner tanta información en mis cuadros- Hasta ese momento, nadie se había tomado la molestia de desmenuzar emocionalmente algún cuadro de Ofelia, ni a ella. Técnicamente, si, muchas veces. Pero desmenuzar las emociones que ella dejó el en cuadro era algo totalmente nuevo.

-Pero un artista hace eso, transmite. En el cuadro me transmitiste el 50% de lo que sentías. No dejes de hacerlo- le replicó Leo, observando aún la pintura.  

Ofelia tenía clase en unos minutos, se despidió y se alejó. Leo ya había perdido la única clase para la que fue ese día a la universidad; la vio alejarse, sin pedirle alguna forma de contactarla. La verdad, es que ella se había avergonzado por las cosas que Leo dijo sobre su cuadro y decidió escapar, siempre hacía eso cada vez que se sentía descubierta. 


Capítulo I: Suicidio

  Sofía se levanta como todas las mañanas, solo que ese es el día en el que decide que morirá. Compró las pastillas, un veneno -por si las p...