domingo, 12 de enero de 2025

Duelo incompleto

 

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Desperté, aún no había sol por la ventana, y solo veía la sombra de mi ropa en la silla. Creí que estaba asustada o lloraba, pero me toque la cara y no había lágrimas, me toque el pecho, y latía con normalidad. Volví a esa emoción, si la puedo llamar así ¿Cuánto tiempo voy con esa sensación? Él se fue hace cuatro meses y yo no he llorado, yo no he vuelto a gritar, yo nada.

Solo fue ese primer día, ese primer día en que puse hasta el alma en alquiler para que él se quedara. Se marchó, dijo algo sobre “conocer nuevas personas”, y no lograba entender cómo es que en la mañana él era otra persona, alguien que dijo que me amaba; y esa misma noche fue otra, una totalmente indiferente, una totalmente cruel, utilizó todos mis miedos y me vio suplicar, pero ni siquiera intentó calmar mis suplicas con la verdad, ni siquiera por el amor que dijo alguna vez tener. Supliqué y lloré, creo que me quedé sin voz de tanto gritar. Nunca volteó, creo que le daba miedo ver todo el desastre que dejó, pero si volteaba solo iba a ver a una mujer parada viendo la nada.  Él dijo algo sobre “siempre estás triste”, pero yo lo conocí a él triste. La última suplica que hice, y él rompió un corazón que ya se encontraba frágil de hace años. Le dije algo sobre “solo dime la verdad”, pero él era un hombre tan pequeño para enfrentar una verdad, sobre todo si es una suya.  

Intente odiarlo, y fue en vano, merecía mi odio, al menos unos meses, pero de mi boca no salía nada sobre esa noche. Si preguntaban, solo decía “no sé cómo acabó”, y seguía con mi vida. Los tiempos se habían congelado y mis emociones también. A veces él regresaba como una pesadilla no resuelta, solo en sueños puedo sentir todo el dolor, la cólera, la confusión, pero despertaba y volvía a la nada.

Por consejos de amigos, intente escribirle una carta sin enviar, y la narrativa era que yo era la culpable por no cuidarlo lo suficiente, por no apoyarlo lo suficiente, por eso él se fue con otra. Para ese entonces, ya una amiga los había visto. Increíblemente, no sentí nada. Mientras escribía la carta, como si fuese un proyecto de tesis, enlistaba las posibles hipótesis del final de la relación, como si la relación que tuvimos fuese un experimento, y yo la investigadora objetiva. Cuando la hipótesis con más argumentos era que “la enamorada” se imaginó todo, salían los contra argumentos:  Él habló sobre comprar un departamento juntos (unas semanas antes de terminar), de viajar juntos, de tantas cosas. Esa carta tuvo muchas hipótesis, y la que decidí creer, por mera fe y no por epistemología, fue que yo era la culpable. Todas esas cosas lindas que él dijo solo eran psicofonías en mis sueños, en el mundo real yo seguía siendo la persona que solía ser. Toda la culpa, odio, tristeza y todo el dolor estaba en mis sueños.

Empecé a tener miedo a dormir, a veces creía que la nada era mejor, pero cuando mi hermana me abrazaba y no sentía nada, era extraño “raro”, cómo él solía decir. Una vez dijo “tus abrazos no me hacen sentir nada” ¿a eso se refería? ¿él vivía así? Sentí un poco de pena por él, pero luego se cayó uno de los cuadros y solo miré. Mi hermana se apresuró en recogerlo. Yo la veía un poco incomoda, tal vez preocupada, yo no decía nada. Llegaba la hora de dormir y lo alargaba lo más posible, leía libros de terror, para tener pesadillas sobre fantasmas, demonios lo que sea que les dé miedo a las personas de hoy. Pero dormía, y mis pesadillas eran él, él incompleto, él sin decir nada, siendo una estatua fría y blanca. Despertaba porque su estatua se empezaba a mover y en dirección contraria a la mía. En algunas pesadillas revivía un viaje, pero él me decía que se iba, pero no era él, era su boca, su rostro, pero sus ojos eran huecos. Y yo no dejaba de ver el vacío dentro de él. Despertaba y pensé que podía llorar, lo intentaba, ponía una canción que me recuerde a él, que me recuerde que yo solía sentir todo con mucha intensidad, pero nada, todo era en vano. Segundos de desesperación, y luego otra vez la nada. Escribí poemas en los que se reflejaba espasmos de querer sentir algo, pensé en mis comportamientos autodestructivos de mi adolescencia, pero salir con otros hombres no era suficiente para sentir algo. Vi las cicatrices de cortes antiguos, de cuando sentía mucho y solo quería sentir un dolor físico y no emocional ¿él se llevó todas mis emociones?  Sentí tanto en tan poco tiempo, que para los 30 ya no tenía nada. Ese es un pensamiento tan infantil, como solía ser. 

Las responsabilidades llamaban, y para el mundo mi sentir “nada” era funcional, nunca trabajé tanto, nunca hice mejor las cosas, hacía deporte, si estaba despierta todo estaba bien; dormir era el problema. Decidí dejar de dormir, no me podía dar el lujo de extrañar sentir.

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Leí que un ser humano no puede dejar dormir eternamente, pero leí sobre las fases de sueño, cuando entro a la fase en la que empiezo a soñar la alarma suena. Duermo intermitentemente, y tomo mucho café. Los días pasan como si fuesen algo, algo que ya no conozco.

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Llevo unas semanas sin dormir. Vapor, dispersándose apenas entran en contacto con el aire. Vivo entre esos momentos fugaces en los que mis ojos caen de sueño, pero todo se convierte en una mezcla de cansancio y vacío. El cuerpo sigue en su rutina, pero mi mente ya no. Ya no me importa lo que pase fuera de mí, porque todo parece igual, como si los colores de la vida se hubieran desvanecido.

He aprendido a ser funcional, pero no a sentir. He dejado de ser una persona que recuerda el calor de los abrazos, el sabor de las palabras dulces, o incluso la amargura de un grito. He dejado de ser alguien que tiene miedo, porque el miedo a sentir ya no existe. Lo que quedó de mí es una cáscara vacía que solo sigue haciendo, como si estuviera jugando un papel que ni siquiera le pertenece.

Y él, que alguna vez fue el epicentro de todo lo que conocí, ya no es más que una figura borrosa en mis recuerdos. Algunas veces creo ver sus ojos en los espejos, esos ojos vacíos, y me pregunto si alguna vez los vi llenos de algo, o si fue todo un engaño, un espejismo que me fabriqué para no estar sola.

En mis sueños ahora él es un espectro, una sombra blanca que nunca habla. Y cuando se mueve, lo hace con esa lentitud que me congela, como si tratara de hablarme, pero sus labios nunca pronuncian palabra. Solo el vacío se convierte en su respuesta.

Ya no soy capaz de sentir ese dolor, ni siquiera ese odio que alguna vez me habría quemado por dentro. Estoy atrapada en un lugar en el que el tiempo se ha detenido y mi cuerpo sigue como una máquina, como un reloj que avanza sin tregua, sin detenerse a revisar si sus piezas aún tienen sentido.

Hoy, por primera vez en mucho tiempo, me siento capaz de escribir, pero no sobre él. Escribo sobre mí, sobre el eco de lo que fui y lo que ya no soy. Y lo único que puedo decir es que, en este mundo de sombras y ausencias, ser la nada ha dejado de ser tan doloroso. Porque la nada ya no duele. La nada simplemente es.

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A veces, me despierto en medio de la noche y la memoria de él me golpea de tal forma que me cuesta distinguir si fue real o si la pandemia me lo inventó, como si el encierro hubiera sido un terreno fértil para dar vida a todos esos fantasmas que ahora me rondan. ¿Qué es lo que me sigue atando a él, si no sé ni siquiera si existió de verdad?

Lo único que recuerdo con claridad es cómo se desvaneció en mi vida, en silencio, como si la realidad misma hubiera decidido tragárselo. Pero, ¿era él el que se fue? ¿O fui yo quien desapareció, que me quedé con la forma de su ausencia, que empecé a inventarlo en la quietud del confinamiento? ¿De verdad lo vi alguna vez o era solo una proyección de mis días sin terminar? No sé, ya no lo sé. Es como si la distancia entre lo que fue y lo que ya no es se hubiera disuelto en la niebla que cargamos todos durante esos meses largos, esos meses en los que el mundo entero se cerró y yo me quedé buscando algo que me diera sentido. Y ahí, en esa oscuridad, él apareció o se deslizó, como un animal nocturno, como un espejismo. Ahora lo dudo. Dudo de él, de su olor, de su risa, de su manera de decir mi nombre. ¿De verdad existió o lo inventé para no quedar completamente vacía?

He querido escribirle, lo he intentado tantas veces. Escribo y borro, repito, como si darle forma a esa carta pudiera devolverme algo, algún pedazo de lo que supuse que era amor, o lo que sea que creí que viví. Pero al escribirle, me detengo. Porque no estoy segura de si él aún vive, si está ahí afuera o si es un eco, una sombra que ya no tiene cuerpo. ¿Lo buscaría? ¿Dónde lo buscaría? Ya no sé en qué mundo vivimos.

La pandemia se tragó tantas cosas, entre ellas mis sueños, y los devolvió en pesadillas. Nos convirtió en espectros, a todos. Y cuando pienso en él, en cómo hablaba de futuro, de proyectos, de promesas que ahora no puedo entender, me pregunto si todo eso también fue solo un delirio de cuarentena, un arrebato de necesidad, un intento de llenar vacíos. Quizás, quizás nunca fue real. Quizás nunca estuvo ahí y yo solo lo soñé en medio de los días repetidos y las horas vacías, en esa época en la que el tiempo no existía y las fronteras entre lo que era y lo que no era se difuminaban.

Me siento en mi escritorio ahora, con la luz tenue del atardecer colándose por la ventana. Frente a mí, la carta está allí, con su inicio torpe, con las palabras que no sé si dirigen a un fantasma o a alguien que jamás estuvo en mi vida de verdad. ¿Y si nunca existió? Me repito la pregunta en la cabeza mientras miro la página vacía. A lo mejor nunca existió, a lo mejor todo fue parte de la confusión de esos días de encierro, de los días en los que todo se desdibujaba y nos quedábamos esperando, como si el mundo fuera a devolvernos lo que perdimos, o a darnos algo más que promesas rotas.

Así que escribo, sin saber si es para él o para mí, sin saber si alguna vez le llegará la carta, si siquiera existe un destinatario, es más que un gesto vacío. Quizás solo sea un intento de aferrarme a algo, a una idea, a una persona, a un sentimiento que nunca entendí del todo, pero que por alguna razón me sigue persiguiendo. Y tal vez, al final, eso es todo lo que queda: la necesidad de aferrarme a algo que nunca fue real.


Poemas del confinamiento:

Poema 1

Lo revivo, estoy ahí,
Parada frente a ti.
Señalo a mi verdugo, otra vez,
Lo señalo y lo amo
"Eso salvará mi alma perdida"

Lo veo, tiene la misma indiferencia.
Al final, nada me salvará
Tiene un solo cometido
Ofrezco otros sentidos
"Por favor, mi don de amar no"

Lo abrazo y lo amo,
Eso salvara mi alma perdida
Lo veo con su dedos largos y puntiagudos
Lo veo con su puño, sus balas y sus silencios.
Hace el primer tajo.

Me aferro a lo que me queda, la nada.
Pero la misma herida vuelve a estar abierta,
Dejando huellas de un gran amor
Las aves empiezan a cantar
"Por favor, mi don de amar no"

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