lunes, 12 de agosto de 2019

Motivaciones perdidas


Me dirijo a su trabajo. Él era un cliente más. Ese era un día más. Me repito que la universidad de mi hija no se paga sola, que la comida no llega a la mesa por obra de Dios, como piensa la madre de mi hija.  El joven al que recogería decide cancelarme en el momento en el que estoy a un minuto del lugar de recojo, luego de esperar los 3 semáforos de la Javier Prado y su habitual tráfico. 

Espero otra carrera. Esta vez tendría que esperar a una señorita tres cuadras más arriba. Llego al lugar, espero. Pienso que mi trabajo no es el peor de todos; pero, en serio, lo detesto. Mis días se resumen en recoger a un pasajero- tráfico- dejar pasajero y unas cuantas mentadas de madre en el camino. La señorita llega al carro, me saluda con una sonrisa algo forzada. Le pregunto si desea algún tipo de emisora en especial. Ella me indica que prefiere estar sin música y recibe una llamada; parece ofuscarse.

A unas cuadras, el semáforo se pone en rojo. Pienso: por qué esta ciudad será tan gris. Extraño mis días en el lugar en el que nací. Debí quedarme. Ahora cuando regreso las caras, las casas, hasta el cielo son diferentes. Odio está ciudad, odio estos carros, odio lo que hago. Me vuelvo a decir que mi hija vale la pena el esfuerzo. Un “avanza pues, ¡carajo! viejo huevón” detienen mis pensamientos de golpe. El semáforo ya estaba en verde y las bocinas de los carros no dejaban de sonar.
Cruzo el semáforo y la señorita estalla en llanto. Lloraba de forma desconsolada, como si el aire le faltara. Estaciono el carro para ayudarla. Sollozando me explico que su padre murió hace unos meses. Pero ella sentía todos los días que el día en que murió fue ayer.
Mi padre, era como usted; cuando tenía muchas cosas en la cabeza se distraía demasiado y se olvidaba de los semáforos o de los carros a su lado; conducía como un robot— me dijo, mientras respiraba profundo para calmarse.
—Señorita, es que con la edad uno se vuelve más distraído; los problemas nos absorben más de lo debido— trate de replicarle. De alguna manera quería excusarme y, de paso, excusar a su padre.

Conversamos durante una hora. Cuando llegue a casa abrace fuerte a mi hija, muy fuerte; como si yo fuese el que murió ayer y, seguro, moriría hoy día y los días siguiente. Entre todas las cosas que me dijo esa señorita, una de ellas me hizo pensar que no era el único que tenía que motivarse constantemente:
 “No sé cómo seguir sin mi padre. Siempre me motivo su sacrificio. Me quedaba estudiando un poco más porque quería recompensar en algún momento todo lo que mi padre hizo por mí. Pero, ahora, él se fue ¿cómo se lo recompenso? ¿Por qué sigo haciendo esto? Ni siquiera pude decirle gracias.” 

Por Dessiré Tito

No hay comentarios:

Publicar un comentario

La Poeta de porcelana

 "It's like all of my life everyone has always told me you're a shoe, you're a shoe, you're a shoe, you're a shoe, ...