sábado, 3 de mayo de 2025

Un cuento dentro de una historia.

En el centro del cuarto, los marcos de las fotografías arden con sus juegos, y promesas de viajes a los cosmos. Las llamas son lenguas que lamen los rostros de mis padres, derritiendo sus sonrisas en cera negra. Tú estás allí, junto a la ventana, convirtiéndote en hielo: tus dedos se alargan en estalactitas, tus ojos palidecen hasta volverse blanco sillar. Te pareces a una escultura grotesca de mi madre, que niega la realidad mordiendo el aire con labios violentos. Yo observo, a tres pasos de distancia, mientras mis lágrimas caen al suelo y se congelan en pequeños huevos de cristal. ¿Escuchas cómo crujen bajo mis pies?, quisiera preguntarte. Pero ya no tienes boca para responder.


Podría estar en cualquier lado, en cualquier instante de mi mente, pero decido estar aquí, justo ahí, viendo todo romperse, nuevamente, viendo como los cuadros se queman, como tú te vuelves hielo, y haces una imitación barata de mis padres. Sobre todo, de mi madre, negando la realidad, ignorándome como si algo malo hubiese hecho. Y yo estoy solo a unos metros de ti, llorando como una niña que no quiere que la abandonen ¡Qué imagen tan triste te regale! Sobre todo, a mi padre, tan violentamente silencioso, haciéndome promesas que sabías que no cumplirías, mintiendo solo para quedar bien. 


Recuerdo la noche en que tu risa me perforó el esternón. Era un enjambre de abejas construyendo panales en mis costillas, pero yo lo permití, que hagas de mí, un enjambre que acomodaras tus deseos más oscuros, y salga la miel más agridulce que jamás probé. Me contaste un chiste sobre mi tristeza —¿por qué lloras como si te arrancaran las uñas?— y yo reí, porque el dolor sabía a miel envenenada. Después, cuando te mostré las cicatrices que tu indiferencia talló en mis muslos, dijiste que todas las mujeres éramos escultoras de mentiras. Monstruos de barro, susurraste, mientras tus manos moldearon mi cuello como si fuese arcilla húmeda.


Necesito vomitar esta historia al mundo, no puedo permanecer en mí, me estoy ahogando. Ya me hicieron añicos hace años, eran tantas partes, que nunca logre a volver a ser quien era, y tú sabes que fue lo que pasó. Pero lo que tú hiciste, lo que tú hiciste, no es menos maldad que lo que hicieron ellos. Y tal vez, tengo en parte la culpa, supongo que lo vi. El primer chiste sobre como lloraba, o el segundo sobre como no podía respirar, o tal vez tu apatía con el sufrimiento de otras ¿Sigues creyendo que todas las mujeres que lloran te quieren manipular? ¿realmente algún día serás capaz de conectar con alguna mujer de verdad? ¿Algún día serás valiente, y tendrás conversaciones difíciles?


A los quince años, mi cuerpo se partió en pedazos incontables. Pero enterré las partes más grandes en el jardín donde mi padre fumaba su violencia silenciosa; otro lo arrojé al mar cuando hui de casa. El tercero lo guardaste tú, envuelto en promesas que olían a podrido. Te volveré entera, juraste, pero solo supiste jugar a romperme aún más. En las madrugadas, cuando tu respiración se ahogaba en pesadillas, yo ensayaba palabras afiladas frente al espejo: ¿Crees que soy mi madre? ¿Crees que me quebraré como ella? Mis uñas arañaban el vidrio hasta dibujar grietas que sangraban.


No es que extrañe algo de ese lugar, ese lugar me aterra, no es que extraño algo de ti, creo que te tengo más miedo que colera; y a veces, solo a veces, cuando regreso, te digo todo lo que no dije. Me defiendo, y el miedo se va, porque tú nunca viste esa parte de mí ¿Soy demasiado sensible? No me viste ignorando a mi padre, no me viste diciéndole cosas hirientes a mi madre, no me viste saliendo de mi casa a los 15, no me viste siendo fría con todos luego de una traición ¿Soy demasiado sensible? ¿Creías que podías romperme?


La última vez que te vi, tu nueva amante llevaba mi vestido. Su piel brillaba bajo la luz de la luna, como gelatina fresca. No puedo amar a alguien que me ve como un monstruo, me escupiste, y entonces comprendí: tú también tenías miedo de los cuartos oscuros de mi alma. Aquellos donde guardaba cuchillos hechos de tus mentiras, donde las paredes susurraban nunca fuiste suficiente. Al marcharte, recogí los fragmentos de mí que quedaban y los cosí con alambre de púas. Ahora, cuando respiro, siento cómo oxidan mis pulmones.


No quiero más lágrimas en mi rostro marcado,

nunca busqué ese final, pero el final es lo que fue.

No quise odiarte tanto, ni llenarme de hiel,

mas usaste mis heridas para hundirme en tu edén.

 

Confundiste mi calma con fragilidad ajena,

ignorando la furia que creció en mi cadena.

Soy volcán en silencio, soy mar sin compasión,

pero a ti solo mostré un rincón en penumbra.

Pero a ti solo te mostré mi edén

 

Viví con el miedo atragantado en la voz,

moldeando mi alma para encajar en vos.

Hasta que un día grité: «¿Y mi propio lugar?».

Incomodando tu mentira de amor

 

Le agradezco a ella que rompió mi prisión,

ya no temo a la ausencia ni a tu falsa canción.

Entendí, cuando hiciste lo que sabías que harías,

que usabas mi dolor para fingir valentía.

 

Cuando hacías algo en mí que yo no quería

Y yo osaba enojarme contigo

La victima siempre eras tú

“No puedo estar con alguien que cree que soy un monstruo”

dijiste, y yo supliqué, manchando mi fe.

Caí en tu teatro, mintiendo a mis amigas,

¿Cómo es que tantas cayeron?

 

Juré ser más fuerte que el linaje a mis espaldas,

y aunque sangren las grietas, hoy me alzo sin escalas.

No es que gane la guerra, ni que olvide el ayer:

es que ya no me rindo… Ahora solo vuelvo a nacer.


Regreso a este instante. El fuego ha devorado los retratos, y tú eres solo un charco viscoso en el suelo. Me arrodillo y bebo de tu derretimiento —sabe a sal y traición, la miel se esfumó—. Afuera, el viento arrastra las cenizas de lo que alguna vez amé. Soy más fuerte que ellas, murmuro, mientras mis manos encienden un fósforo nuevo. Mañana, tal vez, construiré algo con los escombros. O quizás dejaré que toda arda hasta que el miedo se vuelva polvo entre mis dientes.

La casa susurra mi nombre en cada habitación, pero ya no respondo. Me he convertido en la arquitecta de este infierno, y en sus llamas escribo esta historia, y cierro la puerta. Nadie más puede entrar.


Un cuento dentro de una historia.

En el centro del cuarto, los marcos de las fotografías arden con sus juegos, y promesas de viajes a los cosmos. Las llamas son lenguas que l...