En el centro del cuarto, los
marcos de las fotografías arden con sus juegos, y promesas de viajes a los
cosmos. Las llamas son lenguas que lamen los rostros de mis padres, derritiendo
sus sonrisas en cera negra. Tú estás allí, junto a la ventana, convirtiéndote
en hielo: tus dedos se alargan en estalactitas, tus ojos palidecen hasta
volverse blanco sillar. Te pareces a una escultura grotesca de mi madre, que
niega la realidad mordiendo el aire con labios violentos. Yo observo, a tres
pasos de distancia, mientras mis lágrimas caen al suelo y se congelan en
pequeños huevos de cristal. ¿Escuchas cómo crujen bajo mis pies?,
quisiera preguntarte. Pero ya no tienes boca para responder.
Podría estar en cualquier
lado, en cualquier instante de mi mente, pero decido estar aquí, justo ahí,
viendo todo romperse, nuevamente, viendo como los cuadros se queman, como tú te
vuelves hielo, y haces una imitación barata de mis padres. Sobre todo, de mi
madre, negando la realidad, ignorándome como si algo malo hubiese hecho. Y yo
estoy solo a unos metros de ti, llorando como una niña que no quiere que la
abandonen ¡Qué imagen tan triste te regale! Sobre todo, a mi padre, tan
violentamente silencioso, haciéndome promesas que sabías que no cumplirías,
mintiendo solo para quedar bien.
Recuerdo la noche en que tu risa
me perforó el esternón. Era un enjambre de abejas construyendo panales en mis
costillas, pero yo lo permití, que hagas de mí, un enjambre que acomodaras tus deseos
más oscuros, y salga la miel más agridulce que jamás probé. Me contaste un
chiste sobre mi tristeza —¿por qué lloras como si te arrancaran las uñas?—
y yo reí, porque el dolor sabía a miel envenenada. Después, cuando te mostré
las cicatrices que tu indiferencia talló en mis muslos, dijiste que todas las
mujeres éramos escultoras de mentiras. Monstruos de barro,
susurraste, mientras tus manos moldearon mi cuello como si fuese arcilla
húmeda.
Necesito vomitar esta historia
al mundo, no puedo permanecer en mí, me estoy ahogando. Ya me hicieron
añicos hace años, eran tantas partes, que nunca logre a volver a ser quien era,
y tú sabes que fue lo que pasó. Pero lo que tú hiciste, lo que tú hiciste, no
es menos maldad que lo que hicieron ellos. Y tal vez, tengo en parte la culpa,
supongo que lo vi. El primer chiste sobre como lloraba, o el segundo sobre como
no podía respirar, o tal vez tu apatía con el sufrimiento de otras ¿Sigues
creyendo que todas las mujeres que lloran te quieren manipular? ¿realmente
algún día serás capaz de conectar con alguna mujer de verdad? ¿Algún día serás
valiente, y tendrás conversaciones difíciles?
A los quince años, mi cuerpo se
partió en pedazos incontables. Pero enterré las partes más grandes en el jardín
donde mi padre fumaba su violencia silenciosa; otro lo arrojé al mar cuando hui
de casa. El tercero lo guardaste tú, envuelto en promesas que olían a
podrido. Te volveré entera, juraste, pero solo supiste jugar a
romperme aún más. En las madrugadas, cuando tu respiración se ahogaba en
pesadillas, yo ensayaba palabras afiladas frente al espejo: ¿Crees que
soy mi madre? ¿Crees que me quebraré como ella? Mis uñas arañaban el vidrio
hasta dibujar grietas que sangraban.
No es que extrañe algo de ese
lugar, ese lugar me aterra, no es que extraño algo de ti, creo que te tengo más
miedo que colera; y a veces, solo a veces, cuando regreso, te digo todo lo que
no dije. Me defiendo, y el miedo se va, porque tú nunca viste esa parte de mí
¿Soy demasiado sensible? No me viste ignorando a mi padre, no me viste diciéndole
cosas hirientes a mi madre, no me viste saliendo de mi casa a los 15, no me
viste siendo fría con todos luego de una traición ¿Soy demasiado sensible? ¿Creías
que podías romperme?
La última vez que te vi, tu nueva
amante llevaba mi vestido. Su piel brillaba bajo la luz de la luna, como
gelatina fresca. No puedo amar a alguien que me ve como un monstruo,
me escupiste, y entonces comprendí: tú también tenías miedo de los cuartos
oscuros de mi alma. Aquellos donde guardaba cuchillos hechos de tus mentiras,
donde las paredes susurraban nunca fuiste suficiente. Al marcharte,
recogí los fragmentos de mí que quedaban y los cosí con alambre de púas. Ahora,
cuando respiro, siento cómo oxidan mis pulmones.
No quiero más lágrimas en mi
rostro marcado,
nunca busqué ese final, pero
el final es lo que fue.
No quise odiarte tanto, ni
llenarme de hiel,
mas usaste mis heridas para
hundirme en tu edén.
Confundiste mi calma con
fragilidad ajena,
ignorando la furia que creció
en mi cadena.
Soy volcán en silencio, soy
mar sin compasión,
pero a ti solo mostré un
rincón en penumbra.
Pero a ti solo te mostré mi edén
Viví con el miedo atragantado
en la voz,
moldeando mi alma para encajar
en vos.
Hasta que un día grité: «¿Y mi
propio lugar?».
Incomodando tu mentira de amor
Le agradezco a ella que rompió
mi prisión,
ya no temo a la ausencia ni a
tu falsa canción.
Entendí, cuando hiciste lo que
sabías que harías,
que usabas mi dolor para
fingir valentía.
Cuando hacías algo en mí que
yo no quería
Y yo osaba enojarme contigo
La victima siempre eras tú
“No puedo estar con alguien que cree que soy un
monstruo”
dijiste, y yo supliqué,
manchando mi fe.
Caí en tu teatro, mintiendo a
mis amigas,
¿Cómo es que tantas cayeron?
Juré ser más fuerte que el
linaje a mis espaldas,
y aunque sangren las grietas,
hoy me alzo sin escalas.
No es que gane la guerra, ni
que olvide el ayer:
es que ya no me rindo… Ahora
solo vuelvo a nacer.
Regreso a este instante. El fuego
ha devorado los retratos, y tú eres solo un charco viscoso en el suelo. Me
arrodillo y bebo de tu derretimiento —sabe a sal y traición, la miel se esfumó—.
Afuera, el viento arrastra las cenizas de lo que alguna vez amé. Soy
más fuerte que ellas, murmuro, mientras mis manos encienden un fósforo
nuevo. Mañana, tal vez, construiré algo con los escombros. O quizás dejaré que toda
arda hasta que el miedo se vuelva polvo entre mis dientes.
La casa susurra mi nombre en cada
habitación, pero ya no respondo. Me he convertido en la arquitecta de este
infierno, y en sus llamas escribo esta historia, y cierro la puerta. Nadie más
puede entrar.