Ella juega a perderse, pero él la encontraba sin intentarlo. La primera vez que se vieron, él llevaba el cabello corto, renegaba por un concierto mal hecho, un viejo hecho joven y un amigo molestoso. Ella llevaba un listón blanco en su cabello, y estaba perdida en su mente y en la multitud. El amigo molestoso los presentó, pero ni uno de los dos se tomaron importancia. Otra persona más, alguien más a quien conocer, no gracias.
Pasaron años para verse por segunda vez. Él dice que la vio en sueños antes
de esa segunda vez, pero no estaba seguro si era ella. No pasó escribiendo en
baños “ojos de perro azul”, pero si ponía canciones en su Instagram, para ver
si ella lo encontraba. -el romanticismo murió con el internet, eso
dijo él-. Ella estaba distraída en amores de un día, pero le escribía
cartas, contándole sobre esos amores, sobre cómo deseaba que él fuese la primera
vez que la viera. Para ella el romanticismo es algo que se guarda bajo una
portada de un cuaderno Justus. Y claro,
ella no sabía que ya se habían conocido - las
mejores historias aún no son contadas, eso dijo ella-.
Las probabilidades estuvieron a su favor hace muchos años, las mismas aulas,
siempre los mismos amigos, siempre rodeados de las mismas personas, pero ellos
dos no se miraban. Pero esta vez, todo estaba en contra, ella estaría en la ciudad
en la que ahora vivía él , pero solo unos cinco días ¿Cuál era la probabilidad de
encontrarse? Él estaba ocupado en sus días de rutina construidas en esa ciudad.
Ella estaba perdiéndose y encontrándose contantemente.
Ella viajó a Buenos Aires para olvidarse quien fue los últimos tres años, e
intentar recuperar lo que alguna vez ella fue hace muchos años, cuando la vida
parecía más corta de lo que era en ese entonces, antes de que el papel tapiz de
un departamento de Lince le contara que ella era una prisionera, que los roles
de género ya estaban en el color de su piel. Él viajó ya hace unos meses, para
hacer una vida allá, una vida que buscaba en cada esquina y en cada calle. Ella
seguía perdida, pero disfrutaba estar perdida en una nueva ciudad y encontrar
partes de ella en un museo, en una feria, en un cuadro y volverse a perder.
Ella tenía que tomar el tren a las 10:15AM horas de Argentina. Él salía de
un voluntariado a las 10:00 AM horas Argentina. El voluntariado estaba justo al
frente de la estación Retiro, en la villa 31. Ella entró a la estación Retiro
justo a las 10AM, nunca había visto algo igual, se perdió en los cuadros, en la
estructura. Cuando vio la hora ya había pasado la hora en la que el tren
pasaba, tuvo que esperar otro “en media hora” le dijeron. Ella salió para ver
un poco más de esa estación fundada hace años por arquitectos de otro país, y
pensando que algún día vería muchas estaciones así en algún otro viaje, aún más
lejos del lugar en el que nació. La versión de ella de 15 años ni siquiera
pensaba llegar a ese lugar, seguro que esa versión no sabía lo que aún le
esperaba. Él la reconoció de lejos, estaba cambiada, pero era ella, no la que
la presentó su amigo molestoso, sino con la que soñaba de vez en cuando. Se
acercó hacía ella, y ella inmediatamente lo reconoció: estaba con el cabello
largo, una sonrisa que no tenía la primera vez que lo conoció, y la trató como
si la conociera de años. Ella le contó sobre su viaje a Buenos Aires, sobre lo
bonita que era la estación y que ese era el último día que estaría en Buenos
Aires. Él le contó la historia de la estación, los porqués detrás de su forma.
Y como si se tratara de dos viejos amigos se acompañaron todo ese día. Él no
tenía nada más que hacer – o eso dijo él-, y para ella ese
era su último día en esa ciudad – o eso dijo ella-.